La misión de Dios y las asociaciones globales

Lecciones del pasado, posibilidades para el futuro

The Abstract

  For a version of this article in English, click here. Pour la version française de cet article, veuillez cliquez ici.   El terror y la angustia de los habitantes del pueblo era palpable. Los disparos y el conflicto armado se habían prolongado por más de un día y una noche cuando el primer cilindro bomba […]

See all articles in this issue See all issues in this volume

Academic article by César García

Cristo de Bojayá, Colombia. Foto: LWF/Kaisamari Hintikka

 

For a version of this article in English, click here.

Pour la version française de cet article, veuillez cliquez ici.

 

El terror y la angustia de los habitantes del pueblo era palpable1. Los disparos y el conflicto armado se habían prolongado por más de un día y una noche cuando el primer cilindro bomba explotó a las 10:30 a.m. Era el 2 de mayo de 2002. El día anterior, el grupo guerrillero izquierdista conocido como Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) había atacado al grupo paramilitar ultraderechista Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en el pueblo de Bojayá. Ambos grupos armados ilegales habían estado luchando por el control de este territorio codiciado por su abundancia de recursos naturales y por las rutas que proporcionaba para el tráfico ilícito de drogas y armamento.

Bojayá se encuentra en el Departamento del Chocó, en la costa pacífica norte de Colombia. La población es mayormente indígena y afrocolombiana. La región tiene una larga historia de violaciones a los derechos humanos y extrema pobreza, además de sufrir el abandono del gobierno colombiano.

La Iglesia Católica también ha estado presente en Bojayá durante siglos. Tal vez fue por esa razón que, aquel preciso día, en medio del combate armado y las explosiones, alrededor de 1500 habitantes decidieron buscar refugio en el edificio de la iglesia católica, en la casa del sacerdote y entre las monjas agustinas.

A las 10:45 a.m., el tercer cilindro bomba atravesó como un torpedo el techo de la iglesia y explotó en el altar, matando a 119 personas e hiriendo a 98. Niños y familias enteras se encontraban albergados allí. La explosión también destruyó los brazos y piernas del Cristo Crucificado de la iglesia, dejando intacto solamente el torso.

En toda Colombia, esta imagen del Cristo mutilado se convirtió en un símbolo de la masacre de 2002 en Bojayá. Años después, durante las negociaciones de paz de 2015 entre las FARC y el gobierno colombiano, líderes de las FARC visitaron la comunidad de Bojayá y pidieron perdón a las familias de las víctimas. Asombrosamente, cuando Colombia votó en el plebiscito acerca del acuerdo de paz alcanzado entre el gobierno y las FARC, el 96 por ciento del pueblo de Bojayá votó a favor de hacer la paz. Por el contrario, una ligera mayoría del país, y especialmente una contundente mayoría de iglesias evangélicas, pentecostales y carismáticas, votó contra los acuerdos. El resultado fue un rechazo nacional al acuerdo de paz. Sin embargo, poco después, los acuerdos fueron renegociados y luego firmados en noviembre de 2016.

¿Qué tiene que ver esta historia con la misión de Dios y las asociaciones globales? Sugiero que la masacre en Bojayá y el posterior plebiscito pueden aportarnos importantes lecciones históricas acerca de las misiones católica y evangélica/pentecostal en Colombia. Extraer dichas lecciones desde un contexto específico como este, en Colombia, y desde su pasado será muy instructivo para guiar nuestras futuras iniciativas misioneras.

En primer lugar, quiero aclarar algunos conceptos que creo son de máxima importancia, antes de revisar en detalle las lecciones que podemos aprender de esta historia.

  1. Misión

Con el término misión, me refiero a lo que la iglesia es y hace para dar testimonio de Jesucristo en su ministerio de reconciliación. Permítanme expandir un poco más esta definición:

Lo que la iglesia es:

  • La iglesia esun adelanto del reino de Dios.
  • La iglesia no “tiene” un mensaje, esel mensaje.
  • La iglesia como mensaje alude a supresencia. Esto significa que toda misión que no sea comunitaria e interdependiente es débil.
  • La presencia de la iglesia trae consigo la proclamación del evangelio de Jesucristo por medio de palabras hechos, promoviendo así la reconciliación.

Según, Génesis 12:1-3, el plan divino para la bendición de todas las naciones de la tierra se realiza por medio de la creación de una nueva comunidad. Esta nueva comunidad asumirá una nueva ética relacional y será la clave para mostrar a otras naciones la voluntad de Dios para la humanidad. Por lo tanto, la misión de Dios requiere de una nueva comunidad que practique una nueva forma de relacionarse (ética) dentro de un nuevo orden de realidad. En las Escrituras, esta nueva forma de relacionarse implica relaciones basadas en justicia, paz y equidad (cultural, económica, de género; véase Gál. 3:28). Practicar esta nueva ética actuará como una fuerza centrípeta que atraerá a otras naciones de la tierra que querrán conocer a Dios. Como tal, la misión de Dios requiere de un nuevo pueblo con una nueva ética contracultural y alternativa que manifieste valores políticos y sociales diferentes de aquellos comúnmente adoptados en el contexto donde este nuevo pueblo se encuentre (Sermón del Monte; Lucas 4:16ss; etc.).

Esta manera de entender la misión de Dios contrasta marcadamente con los conceptos inspirados en una pobre interpretación del pensamiento pietista evangélico, que ponen el acento en (1) la misión realizada por individuos que entienden la salvación como personal y (2) una nueva vida para el individuo que culminará en una vida eterna gozada personalmente tras la muerte.

Sin embargo, según los teólogos evangélicos Brad Harper y Paul Metzger, la identidad de la iglesia “de por sí es comunitaria y relacional. Deriva este carácter comunitario del Dios Trino cuyo ser son las tres personas divinas en comunión y que creó a la iglesia para la comunión”2. Esta identidad comunitaria y relacional debe reflejar el tipo de unidad que vemos en la Trinidad. Es en la comunión de la iglesia —amor, abnegación, perdón y servicio— que el mundo puede ver la comunión y carácter de Dios. Esta es una razón de por qué las divisiones, la falta de confianza, las luchas por el poder y el autoritarismo son un escándalo y una contradicción para nuestro testimonio de Cristo.

Esto nos lleva a la definición de otro término de la máxima importancia para la reflexión de hoy: el de asociaciones.

  1. Asociaciones

Nuestras sociedades necesitan desesperadamente alternativas a la violencia y el resentimiento. Las personas anhelan ver ejemplos palpables de reconciliación, amor y perdón. Las naciones del mundo ansían ver comunidades donde los nacionalismos se superen, donde el amor sea la marca de las relaciones, donde el perdón sea una práctica habitual y donde la reconciliación sea una realidad vivida: comunidades unidas que muestren visceral y visiblemente al Dios en quien creemos. Solamente comunidades de este tipo tendrán el derecho a ser escuchadas en contextos de sufrimiento donde las personas están en busca de nuevos paradigmas de paz y justicia. En palabras del teólogo católico Gerhard Lohfink, “el auténtico ser de Cristo puede brillar solamente si la iglesia hace visible la alternativa mesiánica y la nueva creación escatológica iniciada con Cristo”3.

Por esta razón, necesitamos evitar la especialización y fragmentación típicas de la modernidad y volcarnos a experiencias prácticas y relacionales de ministerios holísticos que respeten la especialización sin caer en la separación. “Aguardamos con ansias el día en que nuestra común esperanza venidera —el Señor Jesús— nos hará uno. Debemos vivir hoy con miras a ese día”4, dicen Harper y Metzger. No necesitamos esperar hasta la segunda venida de Cristo para experimentar la comunión y la unidad. Además, estamos llamados a vivir como una nueva creación para servir en el ministerio de la reconciliación. Este ministerio requiere de una comunidad que viva ahora a la luz de lo que será. De otro modo, prosiguen Harper y Metzger, “seguiremos enviando al cínico mundo que nos rodea un mensaje muy claro de que el evangelio de nuestro Dios es incapaz de romper las divisiones dentro de su pueblo”5. De esto se desprende que “la asociación no es solamente una buena sugerencia”, sino el mandato de Dios para la iglesia —la comunidad redimida y reconciliada de Dios—, afirma Jon Lewis6, expresidente y CEO de Partners International, un ministerio cristiano sin fines de lucro.

Por lo tanto, “asociaciones” es el término que usaré para referirme al tipo de relación que puede encontrarse dentro del pueblo de Dios cuando servimos juntos de manera interdependiente en la misión de Dios. Las asociaciones requieren de una sólida relación y un propósito compartido que fomenten realizar planes en conjunto y compartir los recursos. Las asociaciones tienen un rol fundamental en la misión reconciliadora de Dios cuando nos tomamos en serio la interpretación del reino de Dios que hace Juan Driver. Teólogo menonita y educador internacional, Driver dice que el reino de Dios se hace manifiesto por medio de formas concretas que adopta la vida en medio del pueblo de Dios, y es precisamente en medio de las relaciones entre sus seguidores que el Reino perfecto se vuelve una realidad7. De hecho, según Andrew Walls, historiador británico de misiones, “la plena estatura de Cristo se alcanza solamente al reunirse las diferentes entidades culturales en el cuerpo de Cristo. Solamente ‘juntos’, no cada uno por su cuenta, podemos alcanzar su plena estatura”8. Por lo tanto, las asociaciones multiculturales están en el centro de la misión de Dios.

Hace algunos años, en el contexto de la reunión de este Consejo de Ministerios Anabautistas Internacionales, mencioné el llamado a comprender la misión —además de como reconciliación, evangelismo y servicio— como la actividad de Dios que reúne fragmentos sociales diversos como partes del mismo cuerpo, trayendo a la realidad lo que Pablo describe como “la plena estatura de Cristo”9. El sacerdote y teólogo católico ugandés Emmanuel Katongole se refiere a este llamado como un “momento efesio”. Según Efesios, el momento clave en que alcanzamos la plena estatura de Cristo ocurre cuando somos uno con personas de diferentes culturas, sirviéndonos y enriqueciéndonos mutuamente. En este entorno multicultural, vemos la imagen completa de Cristo.

Con estos dos conceptos en mente —misión y asociación—, retornamos al contexto colombiano para aprender de las experiencias de misiones allí. Después de eso, examinaremos lecciones de los contextos africano y europeo para proponer algunas posibilidades para el futuro.

Lecciones del pasado

Las misiones católicas y ortodoxas hicieron posible la expansión del cristianismo durante sus primeros 1500 años. Aun cuando dicha expansión solía estar inserta en una agresión y conquista imperial armada, es de suma importancia aprender de estas misiones, dada la corta historia misionera del movimiento anabautista. Específicamente en el caso colombiano de la masacre de Bojayá, la respuesta de la comunidad católica al plebiscito sobre los acuerdos de paz es muy interesante en comparación con la respuesta de las iglesias que son fruto de las misiones evangélicas/pentecostales. Tomando en cuenta lo que mencioné anteriormente acerca de que los métodos y los medios son el mensaje, la siguiente tabla muestra algunas de las diferencias en la metodología misionera. Claramente, esta es una generalización; hay, desde luego, matices y excepciones en las diferentes misiones de cada tradición.

Según el teólogo y misiólogo latinoamericano Samuel Escobar, “las órdenes misioneras católicas tradicionales, tales como los franciscanos o los jesuitas, que son supranacionales, nos aportan el ejemplo más antiguo y desarrollado [de modelos cooperativos], facilitado por los votos de pobreza, celibato y obediencia”10. Es común encontrar en estos modelos de misión órdenes monásticas que se opusieron a los sistemas estructurales basados en la explotación de los pobres y que predicaron un Evangelio de la vulnerabilidad donde Jesús se identificaba con los necesitados y compartía su sufrimiento. El crucifijo hecho añicos de Bojayá es una clara imagen de un Dios encarnado que está con los pobres, experimenta su realidad y sufre con ellos.

En contraste con este modelo, muchas misiones no católicas llegaron a Latinoamérica desde una posición de poder y riqueza. Abundan casos en donde los misioneros que servían entre los pobres escogieron tener sus hogares en lugares separados de la gente a la cual servían. La cruz vacía hablaba de un Dios de Gloria, distante e impasible, que se relacionaba con algunos grupos en términos doctrinarios mientras que a otros les ofrecía prosperidad económica. Este modelo tendía a importar desde Norteamérica, no solamente teologías, sino también estilos litúrgicos, musicales y de organización eclesial. Lamentablemente, la contextualización del mensaje era mínima.

Al ser enviadas en comunidad, las órdenes monásticas comunicaban un mensaje de interdependencia y servicio cooperativo que requería obediencia y mutua sumisión, resolución de conflictos, perdón y reconciliación. En este modelo, la salvación dependía de una comunidad. Las órdenes católicas mostraban de manera tangible que las personas de diferentes nacionalidades, clases económicas y posición social podían vivir y servir juntos gracias al Espíritu de Dios. Por otra parte, las misiones evangélicas/pentecostales, predicando un evangelio de la salvación personal e individual, dejaban la vida comunitaria en un segundo plano. En su fragmentación y competitividad, algunas agencias promovieron el mensaje de que era posible el servicio independiente, que la obediencia no era necesaria y que la división era una opción válida cuando surgían desacuerdos.

Por último, las misiones católicas no estaban separadas por tipo de misión o servicio. Aunque algunas órdenes monásticas se especializaron en ministerios específicos, dentro de las órdenes había una variedad de tareas relacionadas con educación, desarrollo comunitario y cuidado de los enfermos. De ese modo, desarrollaron y practicaron misiones holísticas. Por el contrario, las diferencias misiológicas norteamericanas dieron como resultado que algunas agencias pusieran la proclamación de su evangelio individualista por encima del servicio y dieran más importancia a la salvación del alma que a atender las necesidades inmediatas y contextuales.

El método misionero de las misiones católicas en Latinoamérica comunica un mensaje concreto, tal como lo hace el método misionero evangélico/pentecostal. Tal vez esto podría explicar por qué muchas iglesias no católicas en Latinoamérica acabaron adoptando la cultura del “imperio”11, entendida como individualismo, materialismo, consumismo y liderazgo autoritario. El rechazo al proceso de paz, junto con el alineamiento político explícito de las iglesias evangélicas con la extrema derecha en Colombia, es una poderosa evidencia de esta realidad. Un Dios de Gloria que no se identifica con los pobres, que exige justicia retributiva, cuya salvación es únicamente personal y tiene implicaciones exclusivamente para la vida después de la muerte y que apoya el ministerio de líderes autoritarios que no se someten a nadie es un Dios muy diferente del Cristo despedazado de Bojayá.

Gracias a Dios, en nuestra tradición anabautista podemos encontrar muchos ejemplos de misión en solidaridad con la gente, enraizados en la comunidad y holísticos en su esencia. Por razones de espacio, solamente mencionaré dos de estos ejemplos.

  1. La Iglesia Menonita de Kenia (KMC)

La Iglesia Menonita de Kenia (KMC) es fruto del obrar del Espíritu Santo en un avivamiento en la Iglesia Menonita de Tanzania en 1942, cuando los primeros predicadores menonitas llegaron a Kenia provenientes de Tanzania. Fue un movimiento de una iglesia africana a otra que empezó en áreas rurales de Kenia occidental y luego llegó a pueblos pequeños. Se caracterizaba por experiencias de milagros y sanaciones. Además, enfrentaba las diferencias tribales y culturales y las tensiones entre personas de diferentes clases sociales y niveles de educación.

El obrar del Espíritu Santo trajo unidad, interdependencia y confianza dentro del pueblo de Dios. Philip Okeyo, obispo de la KMC, dice: “Cuando se desarrolla la confianza entre los compañeros de misión, es garantía de que habrá logros con gran rapidez”12. Esto resume muy bien el trabajo de las agencias internacionales que se sumaron al KMC en su esfuerzo por llevar un evangelio holístico a Kenia. Los misioneros de las Misiones Menonitas del Este de EE. UU. (EMM) acompañaron la labor de ayuda y desarrollo liderada por el Comité Central Menonita (CCM), así como la labor de apoyo a emprendedores de negocios realizada por la Asociación Menonita para el Desarrollo Económico (MEDA).

Ahora, tras 75 años (1942-2017), la Iglesia Menonita de Kenia, fruto de una misión de la iglesia de Tanzania, comprende 12 mil miembros de 145 congregaciones y ha plantado una nueva iglesia en Uganda que, a su vez, se convirtió en miembro del Congreso Mundial Menonita (CMM) en 2017.

Este modelo misiológico, con su fuerte énfasis en los dones del Espíritu y su clara identidad anabautista-pentecostal, es una crítica a movimientos modernos de avivamiento que ofrecen prosperidad sin renunciamiento, poder sin humildad, salvación sin seguimiento, y gozo sin abnegación. En la misión de la iglesia de Tanzania a Kenya y luego de Kenia a Uganda, vemos un modelo de misión desde abajo hacia arriba, donde Cristo crucificado es tanto la estrategia como el mensaje y donde la dependencia del Espíritu Santo conduce a ministerios de justicia, paz y reconciliación. Esto nos recuerda que el evangelio de salvación del Nuevo Testamento llega a nosotros desde una postura de debilidad socioeconómica y política y no de abundancia económica y poderío humano13. Tal como describe el misiólogo anabautista David A. Shank14, la actitud misionera debe ser definida a través de la cristología por:

  • a) Negarse a sí mismo, como un requisito previo;
  • b) Servicio, como su postura;
  • c) Identificación, como el riesgo;
  • d) Humilde obediencia, como contradicción;
  • e) La cruz, en consecuencia.
  1. La asociación de ministerios entre menonitas franceses y norteamericanos

Según David Neufeld, “desde 1953 hasta 2003, la MMF [Misión Menonita Francesa] y la MBMC (Junta Menonita de Misiones después de 1971) trabajaron conjuntamente y con una variedad de otras entidades asociadas, particularmente con el Comité Central Menonita (CCM), para desarrollar una empresa misionera conjunta… [que dio como fruto] la fundación de tres congregaciones menonitas en el área metropolitana de París, el establecimiento de ministerios para jóvenes con discapacidades de desarrollo y problemas de salud mental, el desarrollo de ministerios para estudiantes extranjeros y para personas con necesidades sociales y espirituales, y la creación de un centro para el estudio y promoción de la teología anabautista”15. Allen Koop, citada por Neufeld, observa en su estudio de las misiones evangélicas de la posguerra en Francia que “ningún otro proyecto misionero en el país durante la segunda mitad del siglo XX fomentó una cooperación tan cercana y productiva como los menonitas franceses y norteamericanos. Ninguna otra misión logró combinar en la misma medida evangelismo y plantación de iglesias con una labor social significativa. Ninguna otra misión demostró la misma apertura a colaborar con grupos y agencias externas, incluido el estado francés”16.

Este modelo demuestra la oportunidad que representan los proyectos conjuntos para unir a grupos distantes e invitarlos a trabajar juntos. Requiere de interdependencia durante la planificación, evaluación y completación del proyecto, lo que es, de por sí, una marca de una asociación saludable.

Además, esta experiencia revela la importancia de contar con fuertes estructuras organizacionales que ayuden a clarificar los roles, faciliten la comunicación y formalicen los procesos de rendición de cuentas. El efecto de los donantes y la fuente de los fondos necesarios para sostener una misión sería otro instructivo tema por explorar en esta historia, especialmente si se considera que la práctica misionera católica es tener una bolsa común en el manejo de los fondos de la misión.

Posibilidades para el futuro

Teología, eclesiología y misiología deben desarrollarse tomando en cuenta el objetivo final. Dios nos llama a vivir la verdad, una nueva creación que refleje la intención de Dios para el mundo. La escatología es, por lo tanto, el comienzo de la misiología.

Por ello, el Congreso Mundial Menonita (CMM) se pregunta así mismo cuál es la intención de Dios para el pueblo de Dios y luego busca edificar su estructura eclesial y práctica misionera global a partir de ahí. Es esta visión la que nos impulsa a promover el trabajo interdependiente entre las agencias relacionadas con nuestras iglesias miembro. En el CMM, quisiéramos ver una mayor cooperación y relaciones más estrechas entre nuestras aproximadamente 75 agencias misioneras, 50 agencias de servicios, 30 agencias que trabajan por la justicia y la paz, 140 organizaciones de salud y 130 instituciones educacionales. Pese a ello, hemos encontrado los siguientes obstáculos:

  • Algunas agencias del hemisferio norte prefieren pensar en el CMM como un evento donde reunirse a contar historias. La idea de que podamos ser una comunión global que planea y trabaja unida en proyectos concretos es un poco intimidante para algunos.
  • Algunas agencias del hemisferio norte privilegian la eficiencia por sobre la interdependencia. Esta última hace que las cosas vayan más lento, según ellos, y requiere de mucha paciencia.
  • Algunas agencias compiten entre sí. La necesidad de apoyo económico y donantes las lleva a destacar su propia labor y subestimar lo que otros están haciendo.
  • Algunas agencias carecen de una teología y una comprensión acerca de qué son la iglesia y la comunión global. No les queda claro por qué sería necesaria una iglesia global; esto dificulta una misión multicultural interdependiente. Para estas agencias, el reinado de Dios se limita a congregaciones locales y agencias independientes individuales que no necesitan estar en asociación con otras.
  • Algunos líderes siguen colocando su objetivo de crecer numéricamente por encima de las convicciones anabautistas y las relaciones al interior de nuestra comunión.
  • Algunos líderes desconocen y restan valor a lo que decidieron sus antecesores. Se proponen iniciar sus ministerios desde cero, ignorando lo que otros han construido y aportado a las iglesias y ministerios que ahora aspiran a dirigir.

Dado lo anterior, quiero insistir en la necesidad de dialogar con nuestras raíces monásticas católicas. El monasticismo influyó nuestro movimiento anabautista en sus inicios17. Aprender genuinamente de su voto de pobreza puede ayudarnos a proponer una misión que promueva vivir con sencillez, tal como algunas de nuestras agencias anabautistas ya lo hacen. En palabras de Escobar:

Antes de cualquier instrucción “práctica” para la misión en el uso de métodos y herramientas para la comunicación verbal de un mensaje, es imperativo formar discípulos para un nuevo estilo de presencia misionera. La misión requiere tanto de la ortopraxis como de la ortodoxia… Este modelo cristológico que fue también el patrón al cual se ciñeron Pablo y los demás apóstoles en su propia práctica misionera, podría describirse como “misión desde abajo”18.

Asimismo, una mirada a su voto de obediencia monástica podría ayudarnos a evitar el pecado de división en el cual nosotros los anabautistas hemos caído tan fácilmente a lo largo de los siglos. El Sur Global, en particular, necesita nuevos modelos de liderazgo que sepan cómo someternos unos a otros en humildad y no acepten la fragmentación como algo normal en la vida de la iglesia. La intención de Dios para la humanidad nos invita a enviar equipos o “microcomunidades” en misión que incluyan a miembros de diferentes culturas; practicar estilos de vida que se ajusten a los de las personas a quienes buscamos servir; mezclar el evangelismo con la construcción de paz y el desarrollo comunitario, ocupándose de los enfermos y la educación, y practicar el perdón y la reconciliación. Esta es la única manera en que lograremos ser el mensaje que Dios tiene para su creación.

Oro a Dios para que el Cristo de Bojayá continúe llamando a la iglesia de Dios a la misión sacrificial de servicio a los más necesitados, una misión que dé como fruto comunidades de fe que practiquen diariamente el perdón y la reconciliación en la esperanza viva de una nueva creación.

Footnotes

1

César García es Secretario General del Congreso Mundial Menonita. Este artículo fue traducido por Felipe Elgueta.

2

Brad Harper y Paul Louis Metzger, Exploring Ecclesiology: An Evangelical and Ecumenical Introduction (Grand Rapids, MI: Brazos, 2009), 19.

3

Gerhard Lohfink, La iglesia que Jesús quería: Dimensión comunitaria de la fe cristiana, 4a. ed. (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1986), 191-92.

4

Harper y Metzger, Exploring Ecclesiology, 35.

5

Harper y Metzger, 281.

6

Jon Lewis, “Servant Partnership: The Key to Success in Cross-Cultural Ministry Relationships” en Shared Strength: Exploring Cross-Cultural Christian Partnerships, eds. Beth Birmingham y Scott C. Todd (Colorado Springs, CO: Compassion, 2010), 59.

7

John Driver, “The Kingdom of God: Goal of Messianic Mission” en The Transfiguration of Mission: Biblical, Theological, and Historical Foundations, ed. Wilbert R. Shenk (Scottdale, PA: Herald, 1993), 86.

8

Andrew F. Walls, The Cross-Cultural Process in Christian History: Studies in the Transmission and Appropriation of Faith (Maryknoll, NY: Orbis, 2002), 77.

9

Emmanuel Katongole, “Mission and the Ephesian Moment of World Christianity: Pilgrimages of Pain and Hope and the Economics of Eating Together”. Mission Studies 29, no. 2 (2012): 183-200.

10

Samuel Escobar, “The Global Scenario at the Turn of the Century”, en Global Missiology for the 21st Century: The Iguassu Dialogue, ed. William David Taylor (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2000), 34.

11

René Padilla citado por Milton Acosta en “Power Pentecostalisms: The ‘non-Catholic’ Latin American church is going full steam ahead—but are we on the right track?”. Christianity Today (29 de julio de 2009), https://www.christianitytoday.com/ct/2009/august/11.40.html.

12

Philip E. Okeyo, “A Word from Kenya” en Forward in Faith: History of the Kenya Mennonite Church; A Seventy-Year Journey, 1942–2012, eds. Francis S. Ojwang y David W. Shenk (Nairobi, Kenya: Kenya Mennonite Church, 2015), 8.

13

John Driver, “Messianic Evangelization,” 200.

14

David A. Shank y James R. Krabill, Mission from the Margins: Selected Writings from the Life and Ministry of David A. Shank (Elkhart, IN: Institute of Mennonite Studies, 2010), 159-67.

15

David Yoder Neufeld, Common Witness: A Story of Ministry Partnership between French and North American Mennonites, 1953–2003 (Elkhart, IN: Institute of Mennonite Studies, 2016), vii. 15

16

Neufeld, 154.

17

C. Arnold Snyder, Following in the Footsteps of Christ: The Anabaptist Tradition, Traditions of Christian Spirituality (Maryknoll, NY: Orbis, 2004), 27.

18

Escobar, “The Global Scenario at the Turn of the Century”, en Global Missiology for the 21st Century: The Iguassu Dialogue, ed. William David Taylor (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2000), 43.