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Creemos que Cristo, nuestro Señor, anhela que su comunidad de discípulos teja una prenda sin costuras que incluya el trabajo activo por la paz, una compasión auténtica y la búsqueda de la justicia, junto con un apasionado y cautivante evangelismo.12 Y creemos que los anabautistas deberían ser los líderes en este tipo de misión holística.
Los anabautistas deberían ser líderes en la misión holística
La primera razón para ello es la manera en que la misión holística está enraizada en la historia del anabautismo. Cuando nuestro movimiento se inició en el siglo XVI, los primeros anabautistas combinaron el evangelismo, el trabajo por la paz y una preocupación por la justicia económica. Nuestros antepasados espirituales vivían y predicaban la paz, rechazando la espada y siendo ejemplos de solidaridad económica. También enviaron apasionados evangelistas por toda Europa que invitaban a la gente a una vibrante fe personal en Cristo y bautizaban a aquellos que acogieran su mensaje. Los primeros anabautistas estaban tan ansiosos de proclamar las buenas nuevas de Jesús que sus perseguidores recurrían a la fuerza para impedirles hablar.
En segundo lugar, comprender el evangelio de Jesús como las buenas nuevas del reino —no únicamente el perdón de los pecados individuales— es un fundamento teológico central de la misión holística. La irrupción del reino de Jesús no trae solamente una relación renovada y redimida con Dios, sino también relaciones socioeconómicas transformadas en la nueva comunidad mesiánica de Jesús, y esta transformación se derrama hacia la sociedad circundante, mejorándola. A lo largo de muchas décadas, los menonitas han tenido esta visión del evangelio de un modo más profundo y extendido que muchos otros sectores de la iglesia cristiana.
En tercer lugar, hay un anhelo profundo en nuestro mundo por poner fin a la violencia e injusticia generalizadas que devastan tantas vidas. Nuestra visión anabautista de Cristo como el Príncipe de Paz que llama a todos a la paz y la justicia entra en conexión con dicho anhelo. Ese mensaje está entrelazado con la buena nueva de que, cuando las personas depositan su fe en Cristo, Su Espíritu vive en ellas y las empodera para llegar a ser agentes autosacrificiales de cambio. Así, la misión holística ofrece una esperanza transformadora y atrayente en un mundo violento e injusto.
Por último, nosotros los anabautistas decimos que queremos imitar al Cristo bíblico. Vemos los relatos de lo que Jesús hizo y enseñó como un modelo de lo que significa vivir como seguidores de Jesús. Y los evangelios muestran a Jesús amando a la persona en su totalidad, cuerpo y alma. Sanaba los cuerpos enfermos, llamaba a la gente a la compasión, criticaba las ideas predominantes acerca de la violencia, confrontaba la adquisición injusta de riqueza y ofrecía el perdón de los pecados. Enviaba a sus discípulos para que se hicieran parte de Su obra: “Sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: ‘Se ha acercado a vosotros el reino de Dios’” (Lucas 10:9, énfasis nuestro).
¿Por qué tantos menonitas dudan acerca del evangelismo?
¿Por qué tantos menonitas de hoy —especialmente, en las iglesias blancas de clase media— dudan tanto de la práctica del evangelismo?3 ¿Por qué solamente la mitad de los menonitas habla regularmente acerca de su fe a personas de fuera de su iglesia y familia? ¿Por qué solamente el 2 por ciento de los menonitas son nuevos creyentes, mientras que todos los demás nacieron en familias menonitas o provienen de otras denominaciones?4 También en este caso hay muchas razones.
Desde luego, siglos de persecución han contribuido a que seamos los “callados de la tierra”5, esto es, gente que solamente quiere que la dejen en paz para seguir a Jesús. La oleada de menonitas que migró a Rusia hizo un pacto con Catalina la Grande: se abstendrían de hacer proselitismo a cambio de tierra y seguridad. Aunque los menonitas que hoy viven en Occidente rara vez enfrentan persecución o restricciones evidentes al evangelismo, la renuencia a compartir verbalmente nuestra fe ha quedado incorporada en nuestra identidad.
En segundo lugar, los menonitas reaccionan contra la manera imperialista y destructiva en que a veces se ha practicado el evangelismo. Históricamente, la misión cristiana con demasiada frecuencia fue de la mano de la colonización y supresión de las culturas indígenas. El evangelismo fue usado como un instrumento de coerción y no de liberación. Hoy observamos que algunos cristianos ocupan técnicas agresivas para “ganar almas” mientras ignoran los demás aspectos de la vida de las personas, amarran la proclamación del evangelio a una agenda política o manipulan a los conversos para beneficiarse económicamente. Debido a que valoramos la paz y la justicia, los menonitas tendemos a tirar al bebé del evangelismo junto con el agua sucia de la bañera que con demasiada frecuencia lo ha acompañado.
Un tercer factor es la asimilación cultural. A muchos menonitas que viven en Occidente les gusta pensar que son diferentes del resto de la gente; pero las investigaciones muestran que nuestra cosmovisión y estilo de vida reflejan en gran medida la cultura secular que nos rodea6. Nuestra cultura nos dice que la religión es un asunto privado y que compartir la fe personal es de por sí ofensivo. La justicia social está de moda, no así hablar de Jesús.
Por último, algunos menonitas han adoptado una postura teológica que socava el llamado y el compromiso con el evangelismo. Este grupo es relativamente pequeño en comparación con todo el cuerpo menonita, y nuestras declaraciones teológicas oficiales son todavía las mismas del cristianismo histórico. Pero hay una influyente minoría de menonitas que cuestiona las afirmaciones tradicionales acerca de la deidad de Cristo, su resurrección corporal y su carácter único como camino de salvación. Su énfasis está puesto en la paz y la justicia. Ellos proponen escoger un estilo de vida no violento y trabajar por el fin de la guerra y la injusticia en el nombre de Cristo. Pero este grupo está desconectado del llamado de Cristo a “ir y hacer discípulos en todas las naciones”. Su sentido de misión tiene vitalidad, pero está incompleto.
El siguiente relato arroja luz sobre el problema. Yo (Ron) hablé hace unos pocos años a los estudiantes de último año de la Universidad Taylor, una institución evangélica de Indiana. Una alumna se me presentó diciendo que era menonita, hija de padres misioneros. Me dijo que, mientras estaba en su primer año, había hecho un semestre en Israel. Estaba emocionadísima de visitar todos los lugares por donde Jesús caminó; pero lentamente se fue dando cuenta de que su curso se reunía casi exclusivamente con israelíes. No estaban interactuando con los palestinos. Entonces conoció a los Equipos Cristianos de Acción por la Paz en Hebrón. Quedó fascinada con lo que ellos hacían. De hecho, me dijo, creyó haber encontrado el llamado para su vida. Al otoño siguiente, asistió al congreso nacional de los Equipos Cristianos de Acción por la Paz. Con tristeza, me dijo cuán terriblemente decepcionada se había sentido porque el congreso tenía muy poco acerca de Jesús y nada sobre invitar a otros a seguirlo.
Seamos claros. ECAP es un movimiento muy importante. Queremos que su tamaño e impacto se multipliquen exponencialmente. Tenemos un gran respeto y gratitud por los equipos que valerosamente encarnan su fe demostrando el poder de la acción no violenta. Pero también creemos que es una pérdida que los activistas cristianos que buscan la paz y la justicia no acojan también públicamente el poder de la transformación personal por medio de Cristo. ¿Qué habría sucedido si importantes líderes menonitas se hubieran atrevido a apoyar incondicionalmente a ECAP y, al mismo tiempo, ayudar a ECAP a integrar palabra y obra en su testimonio de Cristo?7
Manteniendo juntos el evangelismo y el trabajo por la paz y la justicia
Los principios centrales del cristianismo histórico son un cimiento esencial para el evangelismo. Creemos que también aportan un fundamento crucial para el trabajo por la paz y la justicia.
En tiempos de Jesús, los aspirantes a Mesías acababan en la cruz. La única conclusión concebible el día después de la crucifixión de Jesús era que el profeta nazareno de la paz y la justicia era un fraude fracasado. Sin embargo, cuando Tomás se encontró con el Jesús resucitado, le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!”. La iglesia primitiva, compuesta en una vasta mayoría por judíos monoteístas estrictos, osó llamar a un carpintero rural no solamente Mesías sino Señor: kürios, la palabra griega usada como traducción de la palabra hebrea Yahvé. Fue solamente porque se encontraron con el Jesús resucitado que osaron creer otra vez que su reino de paz y justicia estaba realmente irrumpiendo en la historia.
Si Jesús es solamente otro gran profeta, entonces no hay muchas razones de peso para ir por el barrio o por el mundo invitando a los demás a creer en Él. Pero si el carpintero de Nazaret es verdadero Dios y verdadero hombre, entonces tenemos un incentivo urgente para contarles a los demás. Si su resurrección al tercer día fue una poderosa demostración de su afirmación de que Él era el Hijo de Dios, entonces creer que Él es el único camino hacia la salvación no es presuntuoso en realidad.
De hecho, la deidad y la resurrección de Jesús son centrales para el trabajo por la paz. Amar a los enemigos, atreverse a perdonar y confrontar en lugar de matar incluso a los peores tiranos, entregar la vida para vencer el mal con el bien, es un camino muy difícil de recorrer. Aunque los cristianos no son los únicos que eligen este camino, saber que Jesús, el Dios-hombre, nos dio el ejemplo al sufrir por nosotros, nos ofrece un poderoso motivo y guía. Aquel que nos llama al amor sacrificial a los enemigos es el Creador-del-universo-hecho-carne que ofreció el perdón incluso a sus asesinos.
Además, es la resurrección de Jesús como garantía de nuestra resurrección en Su segunda venida lo que nos da la valentía para arriesgarnos a morir por amar a nuestros enemigos. La muerte no marca el fin de aquellos que creen en Cristo. Saber que seremos resucitados con Él para vivir para siempre nos anima poderosamente a defender la paz y la justicia en este mundo violento.
Como ya hemos dicho, el evangelio del reino de Jesús lleva inevitablemente a combinar palabra y obra. Los profetas habían predicho que el futuro Mesías traería el perdón de los pecados, junto con paz y justicia. Jesús afirmó ser aquel Mesías esperado por tanto tiempo. Central para su ministerio fue el mensaje: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17). Jesús describía a Dios como un padre que anhela perdonar a las hijas e hijos pródigos. Igualmente central fue la afirmación de que el tiempo mesiánico de paz y justicia estaba efectivamente irrumpiendo en el presente en Jesús y en su nueva comunidad. Él validó su pretensión mesiánica señalando tanto sus obras restauradoras como su predicación transformadora (Mt. 11:2-6). Y envió a sus discípulos a hacer lo mismo cuando predicaran y vivieran el evangelio del reino8. Como seguidores de Jesús, no podemos orar “venga a nosotros tu reino” (Mt. 6:10) y luego hacer solamente evangelismo o solamente acción social.
Hay otros temas teológicos importantes que aportan un fundamento para la misión holística. Ya que Dios creó personas con una dimensión física y una espiritual, Dios valora tanto la acción social que atiende las necesidades materiales como el evangelismo que conduce a la renovación espiritual. Dado que las Escrituras condenan el pecado personal (por ej., mentira y adulterio) y social (por ej., corrupción política y opresión económica), la justicia exige tanto el discipulado que transforma el carácter personal como el activismo que crea estructuras sociales más justas y pacíficas. Como la escatología bíblica señala que, al final de la historia, este mundo quebrantado no será destruido sino renovado, los cristianos esperan que el regreso de Cristo anuncie una creación restaurada donde lo mejor de la civilización humana será incorporado a la Nueva Jerusalén. Confiamos en que tanto el evangelismo como la acción social tienen consecuencias eternas. Por ello, al conducir las personas a Cristo y mejorar la sociedad, trabajamos por aquella transformación parcial que Cristo completará cuando regrese9.
El evangelismo y la acción social son inseparables, pero no idénticos
Nuestra fe anabautista nos lleva a ver el evangelismo y la acción social como labores esenciales y entrelazadas, pero no idénticas. La acción social es aquel conjunto de actividades cuyo principal propósito es mejorar el bienestar físico, socioeconómico y político de las personas través de la ayuda a los más necesitados, el desarrollo, el cambio estructural y la reducción de la violencia. El evangelismo es aquel conjunto de actividades cuya intención principal es invitar a los no cristianos a acoger el evangelio del reino de Jesús, creer en Jesucristo como Salvador y Señor, recibir al bautismo, incorporarse a la nueva comunidad redimida de Jesús y experimentar diariamente la comunidad personal con el Espíritu Santo en la jubilosa expectativa de la vida eterna junto a Dios.
Podemos y debemos mirar más allá de un enfoque individualista de la misión que solamente valore el conteo de almas. Pero de un modo similar, no debemos ignorar las necesidades espirituales de los individuos. Las personas pueden ser regeneradas solamente a través de la obra salvadora de Cristo. No podemos evangelizar las estructuras sociales —por ej., corporaciones, gobiernos y sistemas económicos—, aunque sí debemos trabajar para cambiarlos. Además de impulsar las reformas, podemos orar contra las fuerzas espirituales malignas que distorsionan las estructuras sociales, alejándolas del bien que Dios desea. Podemos visualizar proféticamente su transformación cuando Cristo reine victorioso sobre toda injusticia. Podemos también buscar oportunidades para compartir de Cristo con personas que ocupan puestos de influencia en estas estructuras, así como también con la gente afectada negativamente por ellas.
Definir el evangelismo y la acción social como áreas de atención distintas pero que se superponen es importante si hemos de realizar nuestra misión en toda su amplitud. Aunque el evangelismo tiene consecuencias socialmente beneficiosas, no podemos pretender que solamente hablarle a la gente acerca de Cristo constituya acción social. Esto les da a los cristianos una excusa para ignorar los costosos actos deliberados de servicio, organización, activismo y trabajo por la paz que se requieren para amar verdaderamente a nuestro prójimo. A la inversa, si llamamos evangelismo a todo lo que los cristianos son enviados a hacer al mundo, entonces la gente podría concentrarse exclusivamente en la acción social y el trabajo por la paz y decir que está compartiendo el evangelio, aunque nunca inviten a nadie a aceptar a Cristo. La especial tarea de comunicar el evangelio, acompañada de la oración para que otros acepten a Cristo y se conviertan en seguidores suyos, tiende a perderse.
¿Pueden nuestras buenas obras atraer a las personas a Cristo? ¿El Espíritu Santo está activo atrayendo corazones a Dios incluso antes de que digamos una palabra? Claro que sí. Pero en algún momento, para ser fieles al Señor de la cosecha, los cristianos debemos hablar explícitamente de las buenas nuevas. Debemos prestar atención a contar nuestra historia de fe, invitar a las personas a nuestra iglesia o comunidad espiritual y ofrecer estudiar la Biblia juntos y hacer oraciones de intercesión y otras actividades orientadas a alentar a los individuos a aceptar y seguir a Cristo. Esto no implica imponer el mensaje del evangelio a personas que no quieran oírlo o presionarlas antes de que estén listas para aceptarlo. Debemos escuchar antes de hablar, buscar maneras y momentos apropiados para compartir, respetar el derecho de las personas a rechazar nuestro mensaje y confiar en que será el Espíritu Santo el que persuada y obre la conversión. Podemos admitir que no tenemos todas las respuestas. Pero necesitamos reconocer que nuestro amor al prójimo está incompleto a menos que compartamos a Cristo en palabra así como en obras10.
Aunque las buenas nuevas y las buenas obras no son idénticas, están inseparablemente conectadas y se refuerzan mutuamente11. En la práctica, el evangelismo tiene una dimensión de acción social, y la acción social tiene una dimensión evangelística. El evangelismo bíblico llama a las personas a acoger a Cristo, no solamente como el Salvador que perdona pecados, sino también como el Señor de todas las áreas de nuestra vida, incluyendo la política y la economía. Esto implica ayudar a los conversos a arrepentirse de perpetuar sistemas de injusticia y violencia, así como de las faltas morales individuales. Las personas transformadas por el Espíritu Santo empiezan a vivir de manera diferente, y sus vidas transformadas lentamente hacen que sociedades enteras sean más justas y pacíficas. Vemos esto en el ejemplo del corrupto funcionario Zaqueo, quien estaba tan feliz de su encuentro con Jesús que hizo restitución a aquellos a quienes había defraudado y prometió ayudar generosamente a los pobres (Lucas 19:2-10).
El evangelismo bíblico también atrae a la gente a la comunidad de fe que emplea sus dones en la acción social. Además, el solo hecho de ser iglesia —si es que nuestra vida comunitaria sigue verdaderamente el camino de Jesús— desarrolla modelos de cuidado mutuo y solidaridad que la sociedad en su conjunto frecuentemente se siente inspirada a imitar. Un ejemplo entre muchos es la manera en que los cristianos han sido pioneros en la apertura de hospitales para los enfermos y escuelas para los niños pobres.
La acción social y el trabajo por la paz también pueden fomentar el evangelismo. Las buenas obras reflejan la bondad del reino que solamente se realiza de manera plena en Cristo. Cuando la gente ve a los cristianos trabajando para poner fin a la violencia y superar la pobreza, se vuelve más abierta al evangelio. Si les comunicamos que hacemos estas cosas por causa del amor de Jesús, los demás podrían estar más dispuestos a oír acerca de quién es realmente este Jesús. Nuestras acciones hacen que nuestras palabras sean más creíbles y persuasivas.
La historia de Bernard Sejour demuestra este poderoso nexo. Siendo haitiano, Bernard quería marcar una diferencia en su país, así que se convirtió en activista por los derechos humanos. Conoció a Anna, una obrera del Comité Central Menonita que trabajaba en la misma organización que él. Bernard notó algo diferente en Anna y se enteró de que ella era menonita. Obligado a huir a Estados Unidos debido a su activismo, Bernard logró hacer contacto con otros menonitas, quienes le explicaron el evangelio de manera más completa. Recibió instrucción pastoral en una universidad menonita y plantó una iglesia para haitianos en Filadelfia, justo antes del gigantesco terremoto que golpeó Haití en 2010. Una subvención del CCM ayudó a Bernard a gestionar los casos de haitianos recién llegados que lo habían perdido todo. Su trabajo ayudando a los inmigrantes a acceder a servicios legales y sociales también le ha dado oportunidad para establecer relaciones que conducen a invitaciones a su iglesia, la cual está acogiendo intencionalmente a “cualquiera que desee conocer quién es Jesús”.
¡Acabemos con el escándalo!
Nuestro sueño para la iglesia menonita es que cada congregación esté llamando continuamente a los no cristianos “a conocer quién es Jesús”, invitándolos a aceptarlo como Salvador y Señor, y extendiendo sus brazos para acoger a estos nuevos cristianos, ayudándoles a transformarse en las personas íntegras que Dios desea. Y que cada congregación menonita también se comprometa activamente con superar la pobreza, corregir la injusticia y reducir la violencia en nuestro mundo. Piensen en cuál sería el impacto si esto fuera lo que los no cristianos experimentaran de su congregación menonita local. Piensen en el impacto, si todos los que están conectados con agencias como el Comité Central Menonita, el Servicio Menonita de Asistencia a Damnificados y la Asociación Menonita para el Desarrollo Económico oraran cada día pidiendo la oportunidad apropiada para hablar de manera amable y cautivante acerca del amor de Cristo y compartir el evangelio. Piensen en cuál sería el impacto si todos aquellos conectados con agencias como la Red Menonita de Misión y las Misiones Menonitas del Este de Estados Unidos regularmente pidieran orientación divina acerca de cómo sus actividades de plantación de iglesias pueden promover la paz y la justicia.
Acabemos con el escándalo de que algunas de nuestras iglesias hagan principalmente evangelismo, otras principalmente paz y justicia, y demasiadas de ellas no hagan ni lo uno ni lo otro. Amemos a las personas completas tal como Jesús las amó.
Principios para que palabra y obra vayan juntas
Amor. Tanto el evangelismo como la acción social deberían ser motivados y guiados por el amor, el cual siempre busca lo que es mejor para la otra persona, incluso aunque haya un costo. No nos abocamos al evangelismo o a la acción social para agrandar nuestro “imperio” personal o el de nuestra congregación (Mc. 2:29-31; 1 Co. 13:1-3; Jn. 3:16-18).
Holismo. Ministramos a personas completas, reconociendo que los seres humanos son más que meras almas o cuerpos. La gente necesita tanto de salvación espiritual como de actos tangibles de misericordia y justicia. También estamos todos llamados a arrepentirnos de nuestros pecados personales, así como de nuestra participación en males sistémicos (Sal. 107:5-9; Mt. 9:35; 3 Jn. 1:2).
Relaciones. Hacer realidad las buenas nuevas requiere de un compromiso encarnacional. Tanto las buenas nuevas como las buenas obras son más efectivas y tienen más integridad en el contexto de relaciones auténticas que tiendan puentes y que reflejen la obra reconciliadora de Jesucristo (2 Co. 5:18; Col. 1:15-22; Ef. 2:13-19).
Respeto. Afirmamos la dignidad y la valía de cada individuo, independientemente de su estatus religioso o económico, las cuales están fundamentadas en la imago Dei (imagen de Dios). Esto incluye respetar el derecho —otorgado por Dios a cada persona— a la libertad religiosa, de modo que nuestros métodos ministeriales no sean nunca coercitivos ni manipuladores (Gn. 1:27; Pr. 14:31; Stg. 2:1-5).
Preocupación especial por los pobres y marginados. Tanto en el evangelismo como en la acción social, podemos emular el atento cuidado de Dios a lo largo de toda la Escritura hacia aquellos que son pobres y vulnerables, y el ministerio intencional de Jesús de alcanzar a aquellos que se encontraban en los márgenes de la sociedad (Dt. 15:4-11; Lc. 4:18-19; 7:18-22; 1 Co. 1:26).
Footnotes
Translated and reprinted with permission from Fully Engaged: Missional Church in an Anabaptist Voice. © 2015 Herald Press, Harrisonburg, VA 22802. All rights reserved.
Ronald J. Sider es un ministro menonita ordenado, miembro de la Iglesia Menonita de Oxford Circle en Filadelfia y catedrático distinguido de teología, ministerio holístico y políticas públicas en el Seminario Palmer de la Eastern University. Es el fundador y presidente emérito de Evangélicos por la Acción Social y ha publicado treinta y cinco libros. Heidi Rolland Unruh es asesora en la capacitación de iglesias y organizaciones sin fines de lucro con miras a desarrollar un trabajo comunitario holístico más efectivo. Heidi es autora de varios libros, incluido Churches that Make a Difference [“Iglesias que marcan una diferencia”]. Ella y su familia están afiliadas a la Primera Iglesia Menonita de Hutchinson, Kansas.
Este artículo ha sido traducido por Felipe Elgueta.
Notamos que los menonitas en iglesias predominantemente no angloamericanas tienen más probabilidad de practicar un evangelismo vibrante. Por ejemplo, en una encuesta nacional de menonitas, los encuestados de la categoría “racial/étnica” mostraron una probabilidad tres veces superior de invitar regularmente a no cristianos a actividades de la iglesia en comparación con los demás menonitas. Véase Conrad Kanagy, Road Signs for the Journey: A Profile of Mennonite Church USA (Scottdale, PA: Herald Press, 2007), 72-73.
Íbid., capítulo 3.
N. del T.: The quiet in the land, expresión del Salmo 35:20 en la versión King James (Reina Valera traduce “los mansos de la tierra”).
Íbid.
Comprendemos que dar testimonio verbal de Cristo no es posible o apropiado en todos los contextos en que ECAP y otros grupos cristianos están involucrados. Lo que desearíamos es una fundamentación más intencional del trabajo por la paz en la singular obra reconciliadora de Dios por medio de Cristo, y el deseo apasionado de plantar semillas de esta reconciliación por todo el mundo.
Véase Ronald J. Sider, Good News and Good Works: A Theology for the Whole Gospel (Grand Rapids, MI: Baker, 1999), especialmente los capítulos 3 y 4.
Para una exposición más completa de estos puntos, véase Sider, Good News and Good Works; véase también Ronald J. Sider, Philip Olson y Heidi Rolland Unruh, Churches That Make a Difference: Reaching Your Community with Good News and Good Works (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2002) para leer descripciones acerca de cómo se refleja esta teología en la práctica.
Sider, Good News and Good Works, capítulo 9 y apéndice.
Íbid., capítulo 10; véase también Sider y cols., Churches That Make a Difference, capítulos 1-5.