De Colombia a Holanda

una historia de migración y adaptación por amor

The Abstract

En este artículo, deseo compartir mi experiencia como menonita colombiana en el país de los lindos tulipanes y ricos quesos, lleno de hermosos canales y gente linda. La vida de un migrante está llena de retos, aprendizajes y transformaciones. Después de casi quince años de vivir en Holanda, mi perspectiva de la vida ha cambiado […]

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Reflection piece by Nancy Yael Bernal

En este artículo, deseo compartir mi experiencia como menonita colombiana en el país de los lindos tulipanes y ricos quesos, lleno de hermosos canales y gente linda.

La vida de un migrante está llena de retos, aprendizajes y transformaciones. Después de casi quince años de vivir en Holanda,1 mi perspectiva de la vida ha cambiado drásticamente, pues siempre decía que no me casaría con un extranjero, mayor, ni con hijos. Nací en Colombia, país lleno de vibrantes colores, aromas, sabores, música y una cultura profundamente arraigada en la comunidad. Ahí trabajé con comunidades de bajos recursos y población en situación de desplazamiento. Viajé a Holanda y llegué como migrante menonita con mis dos maletas en un avión.

Un nuevo comienzo en Holanda

Llegar a Holanda fue como adentrarse en un nuevo mundo. La transición no fue fácil, pero mi fe menonita me dio la fortaleza para enfrentar cada desafío. En Colombia, también fui migrante dentro de mi propio país. Llegué a Bogotá en busca de mis sueños y de repente me encontré enamorada del trabajo de la Iglesia Menonita, y ahí me quedé. Hasta el día de hoy, el más importante de mis trabajos fue con la iglesia menonita local, con el Seminario Menonita en Bogotá y la Fundación Mencoldes, cuya misión es ayudar a los menos favorecidos. Este trabajo me permitió conectarme con la comunidad menonita en todo Colombia y ser un puente de esperanza para aquellos en necesidad.

Cuando visité Holanda por primera vez, tuve el privilegio de hablar con el fundador de una gran obra de muchos voluntarios que se dedicaba a acoger y ofrecer ayuda a hispano hablantes, tanto de España como de todos los países de América Latina. El fundador de esta obra fue el padre Theo, integrante de la orden de los carmelitas en Holanda, y su colega teóloga Toos. En ese encuentro estaba Daniel Schipani. Theo fue un hombre muy carismático, profundamente inspirado por la teología de la liberación latinoamericana. A través del padre Theo conocí el trabajo de la Casa Migrante, donde encontré un rumbo para mi vida en Holanda, pues allí descubrí cómo poner mis dones al servicio de la comunidad hispanohablante en los Países Bajos. Para descubrir la dimensión netamente misionero-menonita en ese trabajo de acogida de indocumentados y migrantes, fugitivos, personas sin ayuda, mujeres trabajadoras sexuales por necesidad econó- mica, mujeres traumatizadas y muchas veces víctimas de violencia doméstica, me ayudó mucho mi hermano menonita holandés Jacob Schiere. Jacob me llevó a hacer un recorrido por la ruta menonita en el norte de Holanda, donde Menno Simons vivió, predicó y fue perseguido. Durante ese viaje me imaginaba a Menno Simons recorriendo los canales y las calles que hoy en día llevan su nombre. Esas calles me llevaron a entender el significado del trabajo de resolución de conflictos y paz, porque si los vecinos y las personas no se ponen de acuerdo para trabajar juntos con el fin de evitar una inundación, muchos lugares ya no existirían.

Posteriormente comencé a trabajar en Mennistenerf en Zaandam —el ancianato Menonita en la ciudad donde vivo—ya que no me sentía completa sin poner mis dones al servicio de mi iglesia.

Comparando culturas: Colombia y Holanda

La cultura colombiana es palpitante, acogedora, sensitiva. Las familias son grandes y siempre hay un lugar en la mesa para uno más. Las actividades festivas son eventos comunitarios y la música es una parte esencial de la vida diaria. En contraste, la cultura holandesa es más individualista y reservada. Aquí, la plani- ficación y la puntualidad son valores fundamentales, y aunque la gente es amable, las relaciones tienden a ser más formales.

En Colombia, las reuniones familiares y sociales son muy importantes, usuales y ruidosas, con abundante comida y música. En Holanda, he aprendido a apreciar la tranquilidad, el silencio y el orden, aunque en festividades especiales como Navidad y Año Nuevo cuesta y no puedo evitar que la melancolía y las añoranzas invadan mi alma. Las relaciones sociales son más estructuradas, y he encontrado que la vida aquí puede ser menos espontánea, pero más organizada. Realmente he aprendido a valorar la diferencia y sentir que esa diferencia me ayuda a moverme entre dos mundos, dos contextos, dos maneras diferentes de pensar, dos almas que se encuentran y van alineando la mía.

Trabajo y comunidad en Casa Migrante

En Casa Migrante me he sentido verdaderamente en casa. Este lugar no solo ofrece servicios esenciales como asesoría jurídica, social y acompañamiento psicológico, trabajo con mujeres, cursos de idiomas, sino que también es un lugar donde los hispanohablantes pueden reunirse, tomar café y compartir historias. Es una casa abierta donde se puede encontrar a personas sin techo, estudiantes de idiomas y aquellos que necesitan un apoyo adicional para integrarse en la sociedad holandesa.

Comparado con mi trabajo en la Iglesia Menonita de Colombia, donde ayudaba a personas en situación de desplazamiento y de bajos recursos económicos, la misión aquí es similar: trabajar por el menos favorecido. Sin embargo, los desafíos son diferentes. En Colombia, lidiábamos con la violencia y la pobreza extrema. En Holanda, los desafíos están más relacionados con la integración cultural, la superación de barreras del idioma y la soledad.

Manteniendo la fe menonita en un entorno nuevo

Como menonita, la fe, la acción y la comunidad son aspectos centrales de mi vida. En Colombia, la iglesia era un pilar fundamental en la comunidad, un lugar donde se encontraban apoyo y camaradería, las ventas de almuerzo los días domingo, recoger ropa y alimentos para las personas dentro y fuera de la iglesia, las visitas a los enfermos, los planes alrededor de un café, el encuentro con quienes me vieron crecer en todas las áreas de mi vida. En Holanda participo mucho en la pequeña, pero muy linda y venerable iglesia menonita (fundada en 1775) en el pueblo donde vivo actualmente. Aunque la religión es menos prominente en la vida cotidiana, he encontrado una comunidad menonita que me ha acogido y me ha permitido mantener mi fe y mis prácticas religiosas.

He aprendido a valorar la diversidad y la tolerancia religiosa en los Países Bajos. Aquí, la espiritualidad es más personal y menos pública, lo que me ha permitido reflexionar y profundizar en mi fe de una manera más íntima. Lo que me impre- sionó en su momento es que en la mesa se pueden sentar a dialogar católicos con ateos, protestantes y judíos, y las discusiones se dan con respeto mutuo.

En busca de un lugar en la sociedad holandesa

Uno de los mayores desafíos para los migrantes es encontrar su lugar en una nueva sociedad. En Casa Migrante trabajamos incansablemente para ayudar a los hispanohablantes a integrarse y sentirse parte de la sociedad holandesa. Ofrecemos clases de idioma, talleres y actividades culturales, un cafecito caliente y son el pequeño toque que ayuda a nuestros miembros a adaptarse sin perder su identidad cultural. Lo considero parte importante, no solamente de mi trabajo, sino también de la espiritualidad y tarea misionera menonita.

Comparado con mi experiencia en Colombia, donde la lucha era por la super- vivencia diaria y la seguridad; en Holanda, el enfoque está en la integración y el bienestar a largo plazo. Aquí, los migrantes enfrentan la barrera del idioma, la burocracia y la necesidad de adaptarse a un ritmo de vida diferente. Pero también tienen acceso a oportunidades que quizás no habrían tenido en sus países de origen.

Reflexiones finales

Después de casi quince años en Holanda, he aprendido a equilibrar mis raíces colombianas con mi nueva vida en este país europeo, que me ha permitido encontrarme y desencontrarme, que me ha permitido entender lo que es ser migrante. La experiencia de ser migrante me ha enseñado la importancia de la resiliencia y la adaptación. Trabajar con la fundación Casa Migrante y el ancianato Mennistenerf, me ha permitido conectarme con mi comunidad menonita holandesa y ayudar a otros a navegar dentro de los desafíos de la migración.

Holanda me ha ofrecido oportunidades y una calidad de vida que valoro profundamente. Sin embargo, siempre llevaré conmigo el calor humano, la alegría y la riqueza cultural de Colombia, mi amada Colombia. Ser migrante es un viaje continuo de descubrimiento y adaptación, y estoy agradecida por cada lección y experiencia que este viaje me ha brindado. En este viaje que inicié por amor sigo mi rumbo, lleno de un corazón dividido pero enriquecido.

No se olviden de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles.
(Hebreos 13:2 NBLA).

Nancy Yael Bernal Gamboa nació en Bucaramanga, Colombia, y vivió y trabajó varios años en las ciudades Cali y Bogotá. Se especializó en administración de empresas y trabajó varios años con la Iglesia Menonita en: La Iglesia Menonita de Ciudad Bernal, el Seminario Menonita y en la ONG Mencoldes. Nancy Yael Bernal está casada con el teólogo holandés Hans de Wit y emigró hace 15 años a Holanda (Países Bajos). Ella es miembro activo de la iglesia menonita local (Zaandam) y se desempeña como voluntaria en el hogar de ancianos menonita Mennistenerf en la ciudad donde vive. Gran parte de su tiempo dedica a Casa Migrante donde tiene un papel de liderazgo. Casa Migrante es una fundación holandesa radicada en Ámsterdam en donde más de 80 voluntarios/ as participan y se ocupa de la acogida, el acompañamiento y la inserción en la sociedad holandesa de migrantes hispanohablantes que llegan a los Países Bajos.

Footnotes

1

El nombre oficial de este país de Europa es Países Bajos. El nombre Holanda designa estrictamente una región occidental de los Países Bajos, dividida en dos provincias, Holanda del Norte y Holanda del Sur. No obstante, es frecuente y admisible emplearlo en el habla corriente para referirse a todo el país.