El despertador del teléfono celular sonó, según mi cuerpo antes de tiempo. Hay expectativa, mucha expectativa por lo que viene, pues ya raya el alba. Me despierto, miro al reloj y le digo:
−¿Ya es la hora?
−Sí, responde Stella.
Mi cuerpo quiere dormir, me hace falta el sueño, el viaje y la jornada de hoy fueron extenuantes. Hay cansancio, pero también expectativa, hay que quedar bien con el grupo, veinticinco personas de varias nacionalidades. Líderes de todo el continente americano, quienes hacen parte de la red regional de atención al migrante Como Nacido Entre Nosotros (CNEN), una organización compuesta por diversas expresiones religiosas de origen cristiano de América Latina y el Caribe que se ha reunido para peregrinar con y por los migrantes en Panamá.
No se puede dormir mucho, porque el autobús sale a las tres de la madrugada y solo hay un bus.
El grupo no conoce con certeza el lugar hacia donde viajamos, pero hay que estar allí, a la hora indicada con el grupo de hombres y mujeres, negros y blancos, de casi todas las nacionalidades de Latinoamérica. La noche es muy corta, pero hay que estar allí, listos, aunque la noche sea muy corta hay que ganarle al sueño, hay que ganarle al cuerpo, todo está listo.
En un mundo cada vez más sufriente la gente tiene que moverse, migrar de un lugar a otro. Los flujos migratorios aumentan cada año, ya sea por pandemias; violencias, conflictos armados internos o guerras; efectos de la crisis climática: como inundaciones, sequías o hambrunas; persecuciones políticas y tiranías gubernamentales; desempleos, o simplemente para mejorar las condiciones de vida. Migrar como las aves, solo que estas lo hacen con libertad, pues no tienen ni necesitan pasaportes, ni hay quien les exija visas, permisos migratorios, ni mucho menos documento alguno para moverse con libertad para salvar la vida. Las aves, y también otros animales como ellas, están maravillosamente bien organizadas. Tan bien organizadas que no necesitan leyes de migración, todas ellas van y vienen con libertad por todo el territorio de nuestro planeta.
En cuanto a nosotros, los peregrinos acompañantes de peregrinos, ya se nos había dicho que la hora de salida desde Ciudad de Panamá hasta la selva del Darién sería a las tres de la mañana. ¡Uy que duro! Miro a Stella, mi esposa, quien es muy buena para madrugar, pero muy mala para trasnochar. Yo soy lo contrario, la noche se hace corta, pero ya es la hora. Nos esperan en la salida. Es una lucha entre mi cuerpo, el sueño y la responsabilidad, pero no hay otra opción, porque el cora- zón tiene razones que la razón no conoce, así que la vocación se hace más fuerte que la comodidad. Hay que levantarse pues el «Tapón del Darién» nos espera.
El así llamado «Tapón de Darién» es el cruce más transitado por migrantes de todo el mundo, se dice que migrantes de alrededor de setenta y dos diferentes países cruzan por allí, y a diario ingresan aproximadamente dos mil migrantes que logran atravesar esta inmensa selva. Entre ellos hay niños, jóvenes, mujeres y ancianos, según nos comentaron integrantes de la organización Clamor de Panamá, una red católica que trabaja con población en condición de movilidad humana. Nuestro peregrinaje con y por los migrantes se realizó del 6 al 12 de noviembre de 2024. Somos 25 personas de Como Nacido Entre Nosotros, de distintas nacionalidades de toda América y también de distintas tradiciones de fe. Fue en época de lluvia en aquella selva, lo que hizo más difícil el tránsito por esa húmeda región. En esa delegación de peregrinos estábamos nosotros, los representantes del programa de atención al migrante de los Hermanos Menonitas (PAM-DIHMENO), programa que acompaña en la ciudad de Cali, Colombia, a personas en situación de movilidad humana desde hace siete años. Su acompañamiento incluye los componentes psicoespiritual, humanitario y jurídico, pero también responde en otras áreas de necesidad como la salud, el área laboral y el alojamiento. Importante para el desarrollo del programa ha sido el apoyo financiero del Comité Central Menonita (CCM).
Nuestro viaje en Panamá incluyó una reunión de sensibilización, motivación y apoyo a las personas migrantes con el liderazgo de expresión religiosa de Ciudad de Panamá y altos funcionarios del gobierno para animarlos a articular esfuerzos conjuntos sobre la problemática de la migración. En esta reunión, el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá compartió datos y estadísticas de la situación y el flujo migratorio por el Tapón del Darién. La delegación aprovechó para solicitar una aclaración del decreto presidencial reciente, que determinaba aplicar Menonitas de Colombia acompañan a migrantes en el «Tapón del Darién» un cobro a los migrantes que pasaran por el territorio panameño. Finalmente, también animamos a los militares para que salvaguardaran los derechos de los migrantes en el país.
Al día siguiente de esta reunión en Ciudad de Panamá fue cuando comenzamos el peregrinaje hacia el verdadero desafío: la selva del «Tapón del Darién», en el punto de entrada denominado «Lajas Blancas». Un viaje intrépido en autobús que dura siete horas desde la capital.
Después de un día de acompañamiento, consuelo y verificación de las condi- ciones de los migrantes en la selva, nos enteramos que diariamente atraviesan la selva entre setecientos y dos mil migrantes de unos setenta y dos países. Estos datos muestran además que desde el punto de vista misionero hay aquí un trabajo importante de acompañamiento.
Luego de este peregrinaje retornamos a Ciudad de Panamá para reunirnos con la pastoral católica Clamor, red que atiende a migrantes en Panamá y varios países de Centroamérica. Allí sostuvimos una jornada de intercambio de experiencias y también exploramos posibilidades de trabajo en conjunto. Así mismo, en nuestro viaje animamos a las iglesias Bautistas para que se involucren en el servicio y acompañamiento a las personas que peregrinan por su ciudad.
Nuestro viaje finalizó en una de las iglesias de los Hermanos Menonitas en Ciudad de Panamá. Específicamente, en una iglesia de la etnia indígena Wounaan. Allí invitamos a la membresía a expresar el amor de Jesús con los que sufren la dramática realidad de la migración.
La noche a veces puede ser corta cuando hay cansancio en el cuerpo, pero mostrar el amor de Jesús al que sufre nos impulsa a peregrinar en favor del prójimo. Durante este viaje y peregrinaje, nuestro grupo de líderes cristianos de diversas denominaciones y distintos países vimos realidades que, desde nuestra cotidiana comodidad citadina y también eclesial, son difíciles de comprender. Vimos transitando por el «Tapón del Darién» a centenares de personas malheridas, malolientes, mujeres violadas, sin ropa, niños con sed, con hambre, a jóvenes sin esperanza. Vimos a migrantes que provenían de distintas nacionalidades, los vimos sufrir y llorar, los vimos irse con cara de vergüenza hacia los buses rumbo a Costa Rica, porque en este punto de control migratorio que parece más una «torre de babel», los abrazos de un acompañante a un migrante resultan ser un bálsamo.
Tanto en Ciudad de Panamá como en el «Tapón del Darién» la delegación de la red Como Nacido Entre Nosotros (https://www.comonacidoentrenosotros.org/) les llevó un mensaje de parte de Jesús a todas las personas que encontramos en condición de movilidad humana. El mensaje fue: hay esperanza, ellos importan, Dios los ama.
Frente a realidades humanas tan fuertes y dramáticas lloramos con los que lloran, pero también oramos al Dios de la vida por la justicia y los peregrinos. Al final de nuestro viaje, en aquella tarde en «Lajas Blancas», punto de llegada y registro de quienes tienen la fortuna de salir con vida de la selva, un hombre me miró, y luego de llorar sobre mí hombro dijo:
– ¡Quiero una foto con usted, usted es amigo!
¿Qué habíamos hecho nosotros por él? Nada distinto de acompañar, solida- rizarnos, comprender que el mensaje de Jesús se hace real cuando llega al débil y abatido.
En este viaje aprendimos que Jesús es la verdadera respuesta a los males de la humanidad, pero la iglesia es el vehículo que debe llevar esa respuesta. Es posible incidir política, religiosa y económicamente en favor del prójimo si en lugar de levantar barreras denominacionales buscamos puntos de encuentro y coordinamos nuestros esfuerzos como Pueblo de Dios. Las distancias geográficas se pueden superar cuando el amor de Dios penetra el corazón de cualquier hijo e hija obediente al evangelio de Jesús.
Francisco Mosquera Angulo es colombiano. Ha trabajado por 30 años en el ministerio pastoral con la iglesia Hermanos Menonitas en Colombia, combinado la labor pastoral con la docencia teológica y el trabajo por la paz. Tiene una Maestría en teología de la Universidad Bautista de Cali, Colombia y una Licenciatura en Filosofía y ciencias religiosas en la Universidad Lumen Gentium Cali, Colombia.