Misión, trabajo y carisma en CCM Semilla Colombia

The Abstract

En muchos círculos evangélicos se han polarizado de manera extrema los conceptos «trabajo» y «misión», y en algunas ocasiones se ha visto el «trabajo secular» como una actividad menos «santa» o importante para los cristianos, como si fuera simplemente un mal necesario, como si el hecho de trabajar en sí mismo fuera producto de «la […]

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Academic article by Jonathan Minchala Flores, Francisca Pacheco Alvarado

En muchos círculos evangélicos se han polarizado de manera extrema los conceptos «trabajo» y «misión», y en algunas ocasiones se ha visto el «trabajo secular» como una actividad menos «santa» o importante para los cristianos, como si fuera simplemente un mal necesario, como si el hecho de trabajar en sí mismo fuera producto de «la caída». Esta mirada ha traído como consecuencia dos distorsiones:

  1. Se entiende el trabajo como una actividad mundana o de menor rango dentro de la economía divina, donde se aplican solo de manera indirecta «principios generales cristianos» que regulan la ética laboral.
  2. Se restringe el quehacer misionero a una esfera meramente espiritual, limitando y entendiendo incorrectamente la teología de la encarnación y fortaleciendo los binarismos modernos de cuerpo−espíritu, esfera social y espiritual.

En este artículo cuestionamos estas nociones sobre el «trabajo» y la «misión» desde el programa Semilla Colombia, que forma parte del trabajo del Comité Central Menonita (CCM) en dicho país.

El CCM es un ministerio mundial de las iglesias anabautistas que comparte el amor de Dios y su compasión por toda persona en el nombre de Cristo, respondiendo a necesidades humanas básicas y trabajando por la justicia y la paz.1 Dentro de los programas de servicio del CCM, el programa Semilla es el único que tiene una duración de dos años. Actualmente está funcionando en Colombia, Bolivia, Guatemala y Zambia, y está dirigido a jóvenes entre 20 y 32 años. El programa trabaja con un currículum donde se abordan temas de reflexión, servicio y trabajo por la paz, mientras los participantes viven en diferentes comunidades de base, en lugares que muchas veces han sido víctimas de conflictos armados. Este programa comenzó en Colombia en el año 2009, como un programa piloto, y actualmente está en funciones el séptimo grupo.

El CCM Colombia tiene en la actualidad cuatro ejes de trabajo: el cuidado de la creación y la respuesta al cambio climático; el trabajo con personas desplazadas y desarraigadas; la construcción de la paz y el trabajo distintivo con iglesias anabautistas en toda Colombia. El programa Semilla es el único que participa en los cuatro ejes de trabajo de manera simultánea, y en él los participantes se involucran en el trabajo con socios y comunidades, aportando riqueza a los procesos en ambas direcciones. Por un lado, el CCM puede hacer presencia en el territorio a través del servicio de los «semilleros», quienes se vuelven expertos del equipo en sus contextos, trabajo y relaciones. Por otro lado, los socios cuentan con la presencia del CCM mediante la ayuda de voluntarios que han decidido compartir dos años de sus vidas en el servicio a Dios y a las comunidades.

El tipo de trabajo que realizan los «semilleros» con el socio dependerá del área en que éste trabaje: migración, educación, buen vivir/seguridad alimentaria o construcción de paz. Sin embargo, independiente del área de trabajo, el programa Semilla busca generar espacios de reflexión, servicio y educación a través de la promoción de valores fundamentales como la paz y la justicia, buscando vivir la noviolencia como llamado bíblico y creando relaciones justas, mostrando responsabilidad, reciprocidad, integridad y transparencia.

Nuestra función como coordinadores del programa está en hacer una supervisión que acompañe a los participantes en el proceso de adaptación constante en una nueva comunidad, en iglesias con prácticas litúrgicas diferentes a las suyas, en el descubrimiento y transformación permanente durante su tiempo de servicio. Esto lo hacemos a través de un acompañamiento presencial: contacto a través de llamadas y relación con los socios; aportando material que fortalezca la teología anabautista y el conocimiento sobre el trabajo y el contexto en comunidades; y buscando fortalecer sus dones y habilidades.

Entendemos que, como dice la antropóloga Mafe Moscoso, «no existe un observador separado de la realidad pues la mente es inseparable del organismo como un todo que es afectado al tiempo que afecta la realidad».2 Por ello, no podemos ni queremos asumir que las perspectivas que estamos compartiendo aquí pretenden ser absolutas. Esta es nuestra mirada en particular como coordinadores del programa Semilla en Colombia durante el periodo 2024-2026.

¿Qué es la misión?

Hablar sobre misión siempre es un tema controvertido dentro de los círculos de cristianos y cristianas que reconocen, como dice Samuel Escobar, «la necesidad de una ruptura radical con el modelo constantiniano de empresa misionera que dependía del poder militar, de la conquista económica y de la habilidad tecnológica».3 En muchos círculos evangélicos actuales todavía se practica una forma de hacer misión que opera manipulando a las personas por medio de la culpa, para que acepten no solo una religión sino una cultura diferente. El misionero o misionera, en el mejor de los casos, actúa con una actitud paternalista y se convierte en una especie de mediador entre la «verdad única» y los no cristianos.

Junto a esta distorsión del trabajo misionero, al teólogo Juan Driver le preocupaba que se haga una separación entre la ética del reino y la aceptación del perdón y la gracia de Dios en cada individuo. En una sentencia contundente, este teólogo anabautista afirma: «todo lo pertinente al reino es evangelio».4  Como ya sabemos, desde la ética del reino, la misión es traer sanación, liberación, resistir pacíficamente a los poderes que controlan el mundo, compartir los bienes, en fin, vivir las bienaventuranzas y participar de la ética de Jesús. En palabras del teólogo de la liberación Leonardo Boff:

Jesús no predicó la Iglesia, sino el Reino de Dios, que significaba liberación para el pobre, consuelo para los que lloran, justicia, paz, perdón y amor. No anuncia un orden establecido; no llama a los súbditos a ser más sumisos, humildes y leales, sino que libera para la libertad y para el amor que permiten al súbdito ser súbdito, más libre, crítico y leal sin ser servil, y hace, a quien detenta el poder, ser siervo, hermano y libre de apetencias de mayor poder.5

Desde esta mirada, nosotros entendemos que la misión no solo es dar información o invocar una experiencia personal, sino que es una invitación a vivir en comunidad una vida plena de amor al prójimo y de servicio, que no mira a otro lado cuando se presenta la injusticia ni cree que puede asumir una actitud neutral ante las grandes injusticias de nuestros pueblos.

No queremos dejar de lado otras concepciones sobre la misión que vienen de parte del Concilio Vaticano II; de otras iglesias históricas: luterana, anglicana, presbiteriana, metodista; ni de reflexiones que se sitúan en un espectro más «evangélico» como la «Misión Integral». Por eso, para situar de manera más concreta y holística el concepto de misión, seguimos a Stephen B. Bevans y Roger P. Schroeder cuando hablan de «la misión como diálogo profético», que engloba el «testimonio y anuncio, acción litúrgica y contemplación, inculturación, diálogo interreligioso, lucha por la justicia y compromiso con la reconciliación».6

Misión encarnacional del servicio

«De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mateo 20:28 BJL)

Mencionamos anteriormente que muchas veces, cuando se habla de misión en ciertos círculos evangélicos, se deja de lado una teología de la encarnación robusta y bien entendida; esto ha hecho que sigamos hablando de manera simplista sobre culturas «buenas» y «malas». Pero si entendemos bien la misión del Dios encarnado, podemos participar de un modelo de misión que reconoce que en todas las culturas podemos ver lo que Dios ya está haciendo, incluso antes que llegue una misión cristiana, o a veces a pesar de las misiones cristianas. Esto sin dejar de lado que vivimos en un mundo donde el pecado ha afectado las estructuras económicas, políticas y culturales. Por lo tanto, pensar la misión es tener también una voz profética que puede desafiar prácticas injustas y pecaminosas. Aquí seguimos a Juan F. Martínez y Jamie Pitts:

La encarnación trata de conectarse con otros en sus espacios. El Espíritu nos llama a cruzar barreras sociales y culturales para que podamos ser la presencia de Cristo para y con los demás. Esto significa adaptarse a ellos y a sus formas. Aprendemos su lenguaje, sus costumbres y sus formas de comprensión. Discernimos cuidadosamente, a través del compromiso y la escucha respetuosa, lo que Dios está haciendo en medio de ellos. Mientras predicamos y practicamos el evangelio de la sanación y la liberación entre ellos, caminamos por el Camino de Jesús.7

Por ello es indispensable entrenar una escucha respetuosa y empática con otras culturas, para mostrar en sus propios lenguajes el reino de Dios, pero también para reconocer en otras culturas otros aspectos de Dios que nosotros como cristianos y cristianas no conocíamos. Como nos recuerda Rowan Williams, el ex arzobispo de Canterbury: «El cristianismo como tal no impone un único proyecto institucional o un futuro en su encuentro con otras religiones […] Se compromete en el diálogo para descubrirse a sí misma de modo más veraz».8

Más allá de estos importantes aspectos conceptuales, la empresa misionera tiene que ver con una actitud y una forma en cómo se expresa la misión: el servicio.

Comprender la misión como servicio significa abordar las necesidades inmediatas. Uno de los temas clave de la misión de encarnación es que buscamos servir al otro, comenzando por donde ellos perciben que está su necesidad inicial. La conexión ocurre en el punto de necesidad inmediata, ya sea que esa necesidad esté relacionada con la salud, desastre natural, el dolor emocional, la crisis financiera, los problemas relacionales u otras preocupaciones. Primero definen la situación y la necesidad. El evangelio va más profundo y debe abordar los problemas que la gente puede no ser capaz de nombrar, como cómo se manifiesta el pecado en su propia cultura. Pero el evangelio comienza a llegar a ellos al conectarse con sus necesidades inmediatas.9

Entender la misión de esta manera implica, como lo mencionamos anteriormente, un compromiso social del evangelio. La misión no tiene que ver con salvar almas de un mundo que será destruido y abandonado para llevarlas a una vida futura incorpórea y dejar a otras vagar eternamente en fuego y azufre. La salvación y liberación, desde una perspectiva del Reino, es trabajar ahí en las comunidades donde se manifiesta el pecado que deshumaniza a las personas y les resta dignidad. Pero este trabajo en pro de la justicia y el amor al prójimo proviene de una actitud de servicio, y no de la imposición mediante leyes punitivas. Si fallamos en entender que la misión tiene que ver con una comunidad de servicio, en lugar de un estado y/o gobierno que se cree omnipotente y a quien se le exige todas las «soluciones», podemos caer con facilidad en un cristianismo neoconstantiniano que busca el poder político para imponer «valores cristianos» a toda la sociedad.

Servicio y sufrimiento

Hay que cuidarnos de dos distorsiones cuando hablamos del servicio. La primera se desprende de una mala compresión de una «teología de la cruz». Hay que evitar participar de un lenguaje ampliamente aceptado en muchos círculos evangélicos, donde hacen del servicio y del sufrimiento un fin en sí mismo. Nancy Bedford ha advertido sobre esta distorsión que está muy latente en la teología de América Latina y que se ha denominado «dolorismo», en ciertos círculos católicos, pero también en iglesias protestantes.10 Por otro lado, también está presente una distorsión de la «teología de la gloria», que supone un Cristo sin cruz que busca evadir todo sufrimiento en pos de una ideología triunfalista que sintoniza muy bien con la influencia de las prácticas de coaching contemporáneo. Ambas distorsiones teológicas hacen que las comunidades no busquen la transformación de sus realidades materiales y se conformen al status quo y el dolor presente; unos desarrollan «una teopraxis analgésica ante el dolor individual, estructural y cósmico»,11 y confían que cualquier sufrimiento será aliviado en un futuro escatológico; y otros hacen del sufrimiento un fin en sí mismo, por eso asumen que todo sufrimiento presente es parte de la misión.

Comprender correctamente el servicio es, siguiendo a Juan F. Martínez y Jamie Pitts:

Servir a los demás significa empoderarlos, ayudarlos a satisfacer sus necesidades materiales y espirituales para que, a su vez, puedan servir a los demás. El objetivo final no es servir, tener cada vez menos, menospreciarse ante los demás, sino más bien una vida abundante para todos. El servicio es necesario para alcanzar la abundancia debido al pecado y la violencia que dañan a nuestro mundo. Servimos luchando junto a los más afectados por esas fuerzas. A veces esta paradoja se pierde, y el lenguaje cristiano de “Servicio” se usa para decirle a las personas que no tienen mucho y a las personas con dolor que solo deben aceptar su suerte en la vida, porque Dios los llama a ser siervos. A los pobres y a las personas esclavizadas, a las mujeres y a los niños que sufren abusos, y a otros se les ha dicho que Dios quiere su sufrimiento. Pero el servicio en el Camino de Jesús de la misión desafía directamente esta distorsión del mensaje de servidumbre. Jesús sirvió para empoderar a otros, para nutrir una vida abundante para todos.12

Siguiendo esta lógica, también debemos cuidarnos de no practicar el asistencialismo y pretender situarnos como los salvadores de las comunidades. El propósito del servicio es ayudar a las comunidades a desarrollar plenamente sus dones y capacidades y no que dependan de sus líderes, trabajadores sociales o misioneros.

Semilla y el servicio

Dentro de Semilla Colombia hemos enfatizado que no podemos hacer del sufrimiento una virtud. Sin embargo, reconocemos que los jóvenes adultos que deciden participar del programa van a experimentar no solo un choque cultural, sino el efecto de la violencia y el abandono estatal de las comunidades donde van a servir. La mayoría de estas comunidades han sido víctimas de conflictos armados y se sitúan en las zonas periféricas de Colombia. Durante este ciclo de Semilla, los lugares de servicio donde los semilleros están ubicados son: Riohacha, Chocó, Montes de María, Soacha y Palmira.

Ha sido desafiante operar entre la tensión de estar dispuestos a participar de los sufrimientos que puedan venir por ser fieles a la misión que se nos ha encomendado como seguidores y seguidoras de Cristo, y buscar el Shalom y la vida plena de gozo en Cristo, donde no tiene cabida glorificar el sufrimiento por sí mismo como vía de purificación o salvación. Tal como Nancy Bedford nos recuerda:

[…] aunque nuestra misión es aliviar el sufrimiento ajeno, la consecuencia de tal compromiso no es que nuestro propio dolor disminuya; antes bien, se requiere de nosotros una amplia disponibilidad a sufrir…

La iglesia en su misión actual, en un contexto de sufrimiento, no puede llegar

a la resurrección obviando de manera extática o entusiasta el camino de la cruz. No podrá aliviar el sufrimiento ajeno sin cargar con ese sufrimiento de un modo análogo al de Jesús.

[Por otro lado]…la teología debe desafiar a la comunidad de fe a desarrollar tácticas contextuales concretas para combatir las raíces del sufrimiento individual, estructural y cósmico, utilizando todos los recursos interdisciplinarios que le brinda su diversidad de dones espirituales, y tomando en cuenta las dimensiones de consolación, prevención, curación y transformación del sufrimiento.13

En muchas iglesias de Latinoamérica nos hemos encontrado con el dicho popular: «quien no sirve, no sirve», lo que nos ha acercado a buscar un servicio con sufrimiento, donde muchas veces no hay gozo sino solo una gran responsabilidad por cumplir. Por eso, a través de un sistema curricular, buscamos fortalecer una teología anabautista que nos invite y desafíe a vivir la misión con el gozo de traer buenas noticias, y además sintiéndonos plenos de estar viviendo nuestro llamamiento, misión y, como profundizaremos a continuación, nuestros dones y talentos en las sociedades donde vivimos.

Trabajo y carisma en Semilla

Semilla es un programa de servicio, pero también es un trabajo. Aunque en un primer momento puede ser difícil entenderlo de esta manera, ya que estamos acostumbrados a usar una definición de «trabajo» vinculada a una noción capitalista moderna, donde el sueldo es una parte esencial, entender el trabajo de manera tan reduccionista es un problema, no solo para las personas que no están situadas dentro del circuito del moderno mercado capitalista, sino también para trabajos domésticos, donde la labor de las mujeres ha sido en general dejada de lado. Tal como afirma el teólogo croata Miroslav Volf: «[…] ni todo empleo es trabajo (una persona puede estar empleada con remuneración sin trabajar efectivamente), ni todo trabajo es empleo(una persona puede trabajar sin recibir ninguna compensación)».14

Cuestionar esta definición nos permite establecer una relación entre misión y trabajo que, creemos, aplica no solo al programa Semilla, sino a muchas otras formas de servicio tanto dentro como fuera de la iglesia. Tampoco pretendemos disolver las particularidades de lo que significa misión para hacerla simplemente una forma diferente de trabajo, pero es necesario mencionar que «distinción» no es «división». Argumentamos que programas de intercambio como Semilla son a la vez misión y trabajo.

Para ser más precisos, seguiremos la definición de «trabajo» que ofrece Volf, que nos parece mucho más apropiada:

Trabajo es la actividad social honesta, intencional y especificada metodológicamente cuyo objetivo primordial es la creación de productos o estados de cosas que pueden satisfacer las necesidades de los individuos trabajadores o de las demás criaturas, o (si es primordialmente un fin en sí misma) la actividad necesaria para que los individuos agentes satisfagan sus necesidades aparte de la necesidad de la actividad misma.15

Es importante mencionar también aquí que el programa Semilla trabaja con socios de CCM de iglesias anabautistas. Por tanto, quienes lideran estas iniciativas, proyectos, etc., no son los semilleros. Así que está definición de trabajo aplica también a socios.

Volf comienza su libro Trabajo en el Espíritu haciendo énfasis en algo que debería ser una obviedad: «Dado que la totalidad de la vida de un cristiano es por definición una vida en el Espíritu, el trabajo no puede ser una excepción, ya se trate de trabajo eclesiástico o secular».16 Desde esta lógica se sigue que todo trabajo es cooperación con Dios en busca de un bien común y en sintonía con el Reino de Dios.

Antes de profundizar en la relación entre trabajo y carisma, es preciso aclarar algunas ideas sobre el término carisma. Volf nos recuerda varios puntos importantes:

  • Afirma que no debemos definir carisma ni «de una manera tan amplia que abarque toda la esfera de la actividad ética cristiana»,17 ni de una manera tan estrecha que solo se limite a actividades eclesiásticas.
  • Los carismas no pertenecen a un grupo de élite dentro de la iglesia sino a todo el cuerpo de Cristo, a todos los creyentes de todas las edades.
  • Lo carismático no está restringido a lo «espectacularmente milagroso», o de manera «secular» a alguna «extraordinaria cualidad de liderazgo».

Volf nos desafía a replantearnos la idea, muy extendida, que desarrolló Martín Lutero a partir de la doctrina de la creación, de ver el trabajo como vocación. Volf afirma que es mucho más coherente desarrollar una teología del trabajo desde una mirada escatológica, que busca la transformación del mundo, no para regresar al huerto del Edén donde comenzamos, sino a un futuro de vida plena y de nueva creación que Dios ya tenía en mente incluso antes de la caída.

Pensar el trabajo como carisma y no solo como vocación nos permite:

  1. No separar el trabajo espiritual y no espiritual.
  2. Reconocer que podemos tener diferentes carismas en diferentes momentos de nuestras vidas y que «a diferencia del llamado cristiano, el carisma −en el sentido técnico− no es irrevocable (Ro 11:29)».18
  3. Reconocer la pluralidad de carismas y trabajos en un mismo momento de Como menciona Pablo, cada cristiano puede tener más de un don en un momento dado. Pablo anima a los cristianos a que abunden en dones para el servicio de su comunidad y en busca del bien común (1 Co 14:12).
  4. Considerar que ningún trabajo es teológicamente inferior o secundario.

Este modo de entender el trabajo nos permite articular, de una manera teológicamente más profunda, fiel a la historia bíblica, a la ética de Jesús, y coherente con las exigencias actuales que plantean las sociedades industriales y de la información en el ámbito laboral, y las plazas de trabajo disponibles. También nos ayuda a entender de mejor manera programas como Semilla, donde el trabajo que los participantes realizan muchas veces no está íntimamente relacionado con sus estudios universitarios o con su experiencia laboral previa.

Si pensamos en que ya es desafiante decidir qué estudiar en proyección a lo que se quiere aspirar en la vida, de acuerdo con las oportunidades disponibles, entrar al programa Semilla genera una nueva crisis donde se pone en duda esa decisión y se da lugar a cuestionamientos que, posteriormente, abrirán oportunidades donde pueden capacitarse y desarrollar otros carismas, sin sentir que están traicionando su «única vocación».

Aprender a soltar, a ser flexibles, son objetivos difíciles de plasmar en una malla curricular. Pero, a medida que más nos vamos interiorizando en la experiencia, somos capaces de reconocer las características que nos han acompañado durante todo el camino transitado. Creemos que Semilla busca generar espacios contracorriente. En un mundo donde el éxito está definido en cantidades monetarias y el buen trabajo en jornadas de tiempo sentados frente a una pantalla, este programa invita constantemente a dudar, a mudarnos, a no conformarnos, reaprender, rearmarnos y transformarnos. A vivir de manera integral nuestras vidas en sintonía con el reino de Dios.

Creemos que esta forma de entender y relacionar la misión y el trabajo puede ayudar a que superemos los dualismos de fe y obras, misión y trabajo social. De esta manera, también se puede combatir el docetismo evangélico, que parece ser alérgico a pensar la materia y el cuerpo más allá de un moralismo fundamentalista. En programas como Semilla, podemos participar de una misión encarnada por medio de nuestro servicio, y, al mismo tiempo, trabajar junto a las comunidades en pro del reino de Dios. El trabajo, la misión y el servicio no son excluyentes, como nos recuerda ese conocido coro evangélico: «Somos sus manos, somos sus pies, somos su pueblo, somos hijos [e hijas] del Señor».

Jonathan Minchala Flores es ecuatoriano. Estudió grado y posgrado en Comunicación, literatura y estudios de la cultura. Actualmente está haciendo un Doctorado en Literatura sobre teología de la liberación y literatura hispanoamericana. Ha sido “ host” del podcast Merienda Menonita. Actualmente es parte del Comité Central Menonita como co-coordinador del programa Semilla en Colombia.

Francisca Pacheco Alvarado es chilena. Tiene estudios en el área de la salud, movilidad humana y feminismos. Ha formado parte del Comité Central Menonita como Semillera, Trabajadora de Servicio en temas de migración en Quito, Ecuador, y actualmente co-coordina el programa Semilla en Colombia.

Footnotes

1

Para más información vea el sitio web del Mennonite Central Committee, https://mcc.org/.

2

Mafe Moscoso, «Etnografía a lo bruto: Un opening de datos muy salvaje», en Revista de Antropología Experimental, 16-26, Universidad de Jaén, (2016), 394.

3

Samuel Escobar, De la misión a la teología (Buenos Aires: Kairós, 1998), 8.

4

Juan Driver, Renovación de la Comunidad y compromiso (Buenos Aires: Certeza−ABUA, 1995), 100.

5

Leonardo Boff, Iglesia, carisma y poder: ensayos de eclesiología militante (Santander: Sal Terrae, [19821] 2019), 114.

6

Stephen B. Bevans y Roger P. Schroeder, Teología para la misión hoy. Constantes en contexto (Estella: Verbo Divino, 2009), 488.

7

Traducción de los autores desde el original: “Incarnation is about connecting with others in their The Spirit calls us to cross social and cultural barriers so that we might be the presence of Christ to and with others. This means adapting to them and their ways of understanding. We carefully discern, through respectful engagement and listening, what God is doing in their midst. As we preach and practice the gospel of healing and liberation among them, we walk the Jesus Way.” Juan F. Martínez, y Jamie Pitts, What Is God´s Mission in the World (Harrisonburg: Herald, 2021), 51.

8

Rowan Williams, «Trinidad y pluralismo» en Gavin D’Costa, ed. La unicidad cristiana reconsiderada. El mito de una teología de las religiones pluralista (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2000), 39-53.

9

Traducción de los autores desde el original: “Understanding mission as service means addressing immediate felt needs. One of the key issues of incarnational mission is that we seek to serve the other, beginning from where they perceive their initial need. Connection happens at the point of immediate need—whether that need is related to health, disaster, emotional pain, financial crisis, relational issues, or other concerns. They define the situation and need, first. The gospel goes deeper and must address the issues people may not be able to name, such as how sin is manifested in their own culture. But the gospel begins to reach them by connecting with their immediate needs.” Martínez, y Pitts, What Is God´s Mission in the World, 52.

10

Nancy E. Bedford, «La misión en el sufrimiento y ante el sufrimiento» en C. René Padilla, ed., Bases bíblicas de la misión. Perspectivas latinoamericanas (Buenos Aires: Kairós, 2015), 320.

11

Ibíd., 321.

12

Traducción de los autores desde el original: “Serving others means empowering them, helping them meet their material and spiritual needs so that they in turn might serve The ultimate goal is not service—having less and less, abasing oneself before others—but rather abundant life for all. Service is necessary to reach abundance because of the sin and violence that harm our world. We serve by struggling alongside those most affected by those forces.

Sometimes this paradox is lost, and Christian language of “service” is used to tell people who don’t have much and people in pain that they should just accept their lot in life, because God calls them to be servants. Poor people and enslaved people, women and children suffering abuse, and others have thus been told that God wills their suffering.

But service in the Jesus Way of mission directly challenges this distortion of the servanthood message. Jesus served to empower others, to nurture an abundant life for all.” Martínez, y Pitts, What Is God´s Mission in the World, 52.

13

Bedford, «La misión en el sufrimiento y ante el sufrimiento», ibíd., 334.

14

Miroslav Volf, Trabajo en el Espíritu: Hacia una teología del trabajo (Ipswich: Proyecto Nehemías, 2023), 26.

15

Volf, Trabajo en el Espíritu, 26.

16

Ibíd., 14.

17

Ibíd., 130.

18

Ibíd., 135.