Siguiendo los pasos de Jesús

The Abstract

(For the English translation, please click here.) En su ponencia Richard Showalter nos mostró el itinerario del camino. Nos habló de diversos personajes y sus éxitos y fracasos en su seguimiento al llamado de Dios, a la vez que destacó las acciones salvíficas de Dios fiel en la historia de un pueblo. En este itinerario […]

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Reflection piece by Ofelia García, Victor Pedroza

(For the English translation, please click here.)

En su ponencia Richard Showalter nos mostró el itinerario del camino.1 Nos habló de diversos personajes y sus éxitos y fracasos en su seguimiento al llamado de Dios, a la vez que destacó las acciones salvíficas de Dios fiel en la historia de un pueblo. En este itinerario nos trasladó al Nuevo Testamento y nos señaló algunas características de ese seguimiento como son la obediencia y la disposición amorosa a Dios y a nuestros prójimos.

El tema que me han asignado para desarrollar en el marco de la Global Mission Fellowship es “Siguiendo los pasos de Jesús.” Les invito a hacernos vulnerables a la voz del Espíritu de Cristo y encontrarnos, en algún momento, dentro de este itinerario y considerar juntos nuestros caminos en misión.

Cito el pasaje de Lucas 9:57-62 (BLP), destacando tres aspectos importantes de nuestro seguimiento.

 Mientras iban de camino, dijo uno a Jesús: Estoy dispuesto a seguirte adondequiera que vayas. Jesús le contestó: Las zorras tienen guaridas y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza.

Es decir: considerar el costo de seguirle.

A otro le dijo: Sígueme. A lo que respondió el interpelado: Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú dedícate a anunciar el reino de Dios.

Dicho de otra forma, entender la verdadera prioridad en la vida.

Otro le dijo también: Estoy dispuesto a seguirte, Señor, pero permíteme que primero me despida de los míos. Jesús le contestó: Nadie que ponga su mano en el arado y mire atrás es apto para el reino de Dios.

El reto para nosotros es: el seguimiento a Jesús no se posterga por nada.

Somos misioneros en Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, México. México, un país en el cual, mientras que la secularización avanza, paradójicamente, la religiosidad también lo hace. Secularización y religiosidad forman una combinación que se presta a muchos análisis.

Todos los misioneros hacemos misión en un contexto social particular, único. Habrá contextos que tengan ciertas similitudes y parecidos, pero el ámbito al que hemos sido llamados nos desafía y también nos obliga a hacer transformaciones. El cómo encaramos los desafíos y cómo nos transformamos depende mucho de nuestra fidelidad a Jesús Cristo.

El contexto en el que hacemos misión es el siguiente: corrupción; impunidad; imperio de las leyes del libre mercado, traducido en un salvaje neoliberalismo; una constitución política arreglada a modo, para que los dueños del poder acumulen cada vez más poder y no rindan cuentas a nadie; imperio del narcotráfico que crece imparable, que desafía toda autoridad y que tiene el poder suficiente para corromper, aterrorizar y desatar una guerra que año tras año está dejando cientos de miles de muertos, viudas y huérfanos. Todos esos son, sin duda, pecados sociales escandalosos y entre todos ellos, la enorme brecha entre una minoría de ricos y la inmensa mayoría de pobres clama por justicia al cielo.

En nuestro país, México, la cristiandad sigue siendo la religión predominante, variopinta y de extremos. Desde los grupos conservadores que califican a todos los demás grupos de herejes, hasta los grupos sincréticos, que no dudan en incorporar a su culto cualquier ritual que resulte atractivo y emocionante. Por ejemplo, una adoración musical harto mística que proclama a un Cristo glorioso y muy pero muy lejano de las realidades del ser humano, o también, un Cristo sin demandas que solo está dedicado a hacer feliz al creyente individual, “es mi amigo,” dicen muchos cantos. Y la religiosidad es tal, que las personas no ven ya necesario comprometerse con una comunidad de creyentes. En ambas realidades, el individualismo es lo que campea. Y eso, desde luego, es muy paradójico, pero esta religiosidad es signo inequívoco de que estamos en la era poscristiana.

En el campo de misión están ocurriendo además otros fenómenos que nos encaran: nuestra ciudad, una ciudad mediana de 150 mil habitantes, supera hoy la media mundial de suicidios. En el momento en que se redactó este artículo han ocurrido casi sesenta en lo que va del año. La mayoría de los que se suicidan son jóvenes de entre 15 y 25 años y la mayoría varones. Entre las posibles explicaciones se encuentran: frustración existencial, soledad social o enojo contra sí mismos y los otros.

Llevamos ya, al menos, cuatro generaciones de niños, con el síndrome del niño abandonado; niños creciendo sin referentes de ética y moralidad, sin referentes de autoridad ni límites. Parece una contradicción y lo es, pero en este ámbito tan religioso, Dios es un desconocido para estos niños. Desde los 15 años los jóvenes abandonan su casa y la escuela y se dedican a existir sin propósito claro en su vida. Nuestra ciudad, además, tiene uno de los índices más altos de alcoholismo y de accidentes automovilísticos. La sociedad ha fracasado, ya que todo esto es signo de desencanto y desesperanza. Muchas iglesias, ocupadas en ser cada una la más grande y atractiva de la ciudad, se han desentendido del fenómeno.

Es en este contexto en el que seguimos a Jesús, atendiendo a sus exigentes demandas de transformación social y personal. En el pasaje anotado, saltan a la vista por lo menos tres condicionantes para aquel que desea o que es llamado a seguir y servir a Jesús. En el primer verso podemos observar del joven interlocutor de Jesús mucho entusiasmo y verdadera pasión para seguirle, pero Jesús le invita a reconsiderar, la pasión o el entusiasmo no es suficiente, es necesario estar dispuesto a considerar el costo. ¿Somos capaces de renunciar a nuestras comodidades para seguir sus pasos? Es necesario rendirse al Señorío de Jesús y a partir de ahí seguir a su Rey y Maestro. Por eso es discípulo, porque está en un constante aprendizaje de cómo es su Señor, de lo que enseña su Maestro, y su máximo gozo está en obedecerlo.

El discípulo, el misionero, el que sigue a Jesús acepta que en incontables ocasiones las condiciones en que realiza su trabajo no serán las más óptimas. Por eso, es necesario que se despoje de la tiranía de la propiedad privada y de la acumulación de bienes; que acepte que su nueva familia, la comunidad de creyentes, tiene prioridad sobre la familia de origen, la biológica; y que no puede posponer el seguimiento para realizar primero otros proyectos. También debe aceptar que mirar atrás recordando, añorando, suspirando nos inhabilita para la misión, para entrar de lleno al Reino, y nos incapacita para consolar y esperanzar al que no ve futuro en su vida.

El primer reto es enseñar a los creyentes a seguir a Jesús y en lugar de las modas. Un autor ha dicho recientemente que incluso el sistema oferta-demanda, ha sido superado por la moda. La moda impone todo criterio de comportamiento y de pensamiento. En mi ciudad, que es a la vez secularizada y muy religiosa, se manifiestan cristianismos que van de moda en moda. Pero el problema de las modas es que estas no tienen fundamentos sólidos y cuando los creyentes se aburren, en el mejor de los casos, se cambian de organización religiosa, buscando algo más emocionante o se vuelven cristianos solitarios o, en el peor de los casos, dejan de serlo y siguen las modas seculares.

En mi pequeña iglesia menonita, estudiamos las enseñanzas del Maestro contenidas en el Nuevo Testamento y específicamente en los cuatro evangelios y nos abocamos a aplicarlas. En principio, nos esforzamos a convertirnos en una comunidad de amor, de fe y esperanza, de ayuda mutua, de comensalía abierta, en la que se socorre al desvalido y se auxilia al enfermo. Pues no es lo mismo girar invitaciones que invitar al primero que pase por enfrente, no importa quien sea, si es sicario, gay, indígena o migrante centroamericano a compartir los alimentos.

Nos ocupamos de los niños y trabajamos con ellos como personas muy pero muy importantes. Nos presentamos ante los niños como adultos buenos, que no abusarán de ellos, que no los engañaran, que no los maltratarán; adultos que les dispensan cariño, respeto, atención y guía, y que así los llevan a conocer a Jesús el Cristo. Evangelizamos a las mujeres. Preparamos un pastel y mientras éste está en el horno, reflexionamos con ellas sobre el llamado de Cristo. Oramos con los pobres y necesitados. Un hombre, muy demacrado, llega hasta nosotros y dice: “ya tenía tiempo que quiero venir” y, sin más, comienza a relatar su historia. “He sido un hombre muy malo, tan malo que mi primera esposa se suicidó porque no aguantó mi trato y, con la actual, no quiero que pase lo mismo.” Lo reprendemos y luego le anunciamos que sólo el Mesías Jesús puede perdonarlo, transformarlo y hacerlo un hombre nuevo.

Dios quiere reconciliar a todos consigo mismo y reconciliarnos con nuestros prójimos. La salvación es espiritual y personal, pero tiene consecuencias sociales. Por eso, no nos embrollamos en el conflicto evangelización o acción social, porque ambas tareas no se niegan, van juntas.

Los misioneros, los pastores, somos los primeros llamados a modelar este seguimiento. Ya anoté algunos compromisos del que acepta el llamado al discipulado. El discípulo, el que sigue en la vida a Jesús el Cristo, renuncia explícitamente a toda pretensión de poder, de fama, de riqueza, de autonomía, de lealtad a medias. Renuncia a promover modas religiosas con el fin de mantener cautivas a las ovejas y dándoles alimento que no las convertirán en seguidoras fieles.

Apuntamos entonces a formar comunidades de fe que manifiestan visiblemente este seguimiento. Comunidades donde se practica la justicia, la igualdad, el amor y la misericordia. Comunidades que participan con Cristo del ministerio de reconciliar al mundo.

No es sencillo. Mammón, manifestado en las leyes de libre mercado también han enajenado a los creyentes, quienes buscan y construyen justificaciones ideológicas a su materialismo económico, a su individualismo, a su “legítimo” ascenso social y a sus alianzas con muchos poderes. Su lealtad no es una, al Cristo, sino muchas, a otros poderes.

No es sencillo. Muchas iglesias han incorporado a su modo de ser todo un aparato sensorial, que los ilusiona con la riqueza material y justifican el individualismo. Tienen estructuras religiosas jerárquicas y santones que ilusionan a los creyentes con hacerlos sujetos ricos y poderosos, librados del sufrimiento. Es decir, cargar con la cruz de Cristo no tiene nada que ver con ser un seguidor. “Cristo ya lo pagó todo” creen a pie juntillas.

En este ambiente secular y religioso hacemos la misión.

Claro que no es sencillo seguir al Mesías y vivir el evangelio y promoviendo entre los creyentes un estilo de vida sencillo, que es una evidente acción contracultural respecto del materialismo.

Promover un estilo de vida sencillo en respuesta al llamado del Evangelio, no es promover la pobreza, porque ésta siempre lo será a causa de relaciones económicas sociales injustas. Pero tampoco es promover la riqueza porque igual, ésta siempre lo será a causa de relaciones socioeconómicas injustas. Ambas promueven la relación esclavo-amo, siervo-señor, explotado-explotador. Mientras que la sociedad alternativa es una sociedad de relaciones igualitarias donde todos somos hermanos y hermanas y proclamamos a Cristo para la liberación de todos. No es tampoco promover el individualismo, como si los demás seres humanos no importaran, porque seguir a Jesús, implica el rechazo y la renuncia al racismo, el nacionalismo, el clasismo y la xenofobia.

Estar siguiendo a Jesús en la vida, junto con otros discípulos y discípulas es convertirse en una comunidad de vida alternativa, para la sociedad secular y la sociedad religiosa en la era poscristiana; estar siempre en misión y en camino y tener siempre presente que “nadie que ponga su mano en el arado y mire atrás es apto para el reino de Dios.”

Footnotes

1

Ofelia García y Victor Pedroza son pastores misioneros en el estado de Chihuahua, México. Han ejercido este ministerio durante 36 años en diferentes estados de la República. En la actualidad trabajan con la Conferencia Menonita de México (conferencia alemana). Ofelia cursa actualmente su licenciatura en teología anabautista en el Seminario Anabautista Latinomericano (Semilla) y Victor es antropólogo egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Este ensayo fue leído por Ofelia en una de las sesiones plenarias de la reunión de la Comisión de Misiones del Congreso Mundial Menonita, la Fraternidad Mundial Misionera y la Red de Servicio Anabautista Mundial en Harrisburg, Pennsylvania, en julio de 2015.